El espejo escocés

Cuando hablamos del proceso hacia la independencia de Catalunya, es frecuente que nos reflejemos en el caso de los escoceses, ya sea porque identificamos algunos paralelismos o porque nos gustaría que algunas de las cosas que se hacen aquí se hicieran a la manera de allá. Con parte de razón, hay quien rechaza la comparación diciendo que hablamos de realidades diferentes, pero también es cierto que de la práctica política del independentismo escocés, a pesar de que no tenga una simetría perfecta con el caso catalán, podemos sacar lecciones muy útiles y valiosas.

No es poca cosa constatar que la tradición democrática del Reino Unido está muy lejos de la del Reino de España. La condición de nación de Escocia nunca ha sido cuestionada, mientras que en el caso de la nación catalana todavía hoy se continúa negando la evidencia. Y la estrategia del gobierno de Londres para abordar las crecientes aspiraciones de independencia de los escoceses ha sido radicalmente diferente a la de los gobiernos españoles. Mientras unos han optado por el reconocimiento y la seducción, respetando los principios democráticos, los otros han optado por la negación y la represión, vulnerando los derechos fundamentales tantas veces como ha hecho falta.    

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Para situarse en la realidad política escocesa, entender la evolución del movimiento político independentista y conocer el papel del principal protagonista del proceso independentista, el SNP, vale mucho la pena leer el libro Independència y progrés. El repte del Scottish National Party (Ediciones Saldonar), que ha publicado recientemente el profesor Marc Sanjaume, donde describe muy bien la evolución ideológica del SNP, nacido en 1934, y que a lo largo de sus 87 años de historia ha transitado, con altibajos, desde la irrelevancia hasta lograr la hegemonía de la política escocesa y el liderazgo del proyecto independentista.

En su libro, el profesor Sanjaume explica que, a menudo, desde Catalunya tenemos una idea distorsionada de lo que es el SNP. Creemos que su discurso es monotemáticamente independentista y que no está posicionado ideológicamente ni a la derecha ni a la izquierda. Al contrario, su ascenso empieza a final de los años ochenta cuando se presenta como un partido de centroizquierda, y hace compatible el objetivo de la independencia con un discurso socialdemócrata, apostando de forma desacomplejada por planteamientos graduales y pragmáticos, capaces de conectar con los intereses y las necesidades del grueso de la ciudadanía, con una voluntad clara de ir más allá de su propio espacio político. 

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El SNP ha tenido inteligencia política para aprovechar las oportunidades que se han presentado en cada momento. Un ejemplo lo encontramos en el intento del laborismo británico de cortar de cepa las aspiraciones independentistas con la devolución de competencias a Escocia y la recuperación del Parlamento escocés en 1999. Para el independentismo más ortodoxo, esto fue vivido como una trampa. Creyó que la autonomía era un freno para la independencia. Por el contrario, los pragmáticos vieron una oportunidad, un trampolín. Otro ejemplo sería el hecho de asociar el independentismo con el buen gobierno; desde el 2007 el SNP gobierna Escocia, y su acción política en el ámbito de la educación, la sanidad o la seguridad ha sido otro trampolín para proyectarse y para consolidar su apoyo electoral sin renunciar nunca al objetivo de convertir Escocia en un estado.

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También fue un ejercicio de inteligencia política el acuerdo firmado en 2012 entre el primer ministro británico y el primer ministro escocés para celebrar un referéndum acordado sobre la independencia de Escocia. Es evidente que el premier británico, sin ninguna ingenuidad, se avenía a hacerlo desde el convencimiento de que el no a la independencia arrasaría, tal como pronosticaban los sondeos, pero, a pesar de la derrota casi segura, el gobierno escocés lo vivió como una oportunidad en su lógica gradual. Y así fue. Hoy tienen consolidado un 40% de ciudadanos favorables a la independencia y han establecido un precedente por el cual nunca más se podrá negar el derecho a Escocia de celebrar referéndums sobre su independencia. Y un último ejemplo de inteligencia política lo vemos con el intento de convertir el Brexiten una oportunidad para impulsar el proyecto independentista.

Escocia y Catalunya tienen tradiciones políticas diferentes y el sistema de partidos no es el mismo, pero esto no impide que podamos extraer aprendizajes útiles para nuestra causa. En el marco europeo y occidental, la vía para ganar la independencia solo puede venir de la política inteligente, la que se haga desde las instituciones, desde los partidos y desde la sociedad civil organizada, que lea bien el contexto y aproveche las oportunidades. En Escocia han entendido muy bien que anclarse en posiciones maximalistas y no ser suficientemente honestos con las propias debilidades y contradicciones les aleja de la victoria política. El independentismo no se tiene que conformar con tener razón; también tiene que querer ganar.