Dos estados entre el río y el mar

La brutalidad terrorista de Hamás –el 7 de octubre– justifica una guerra defensiva en Gaza. Pero no como Israel la está conduciendo. Visto el horror cotidiano en Gaza, sus amigos le están diciendo que hay unas reglas de la guerra que exigen la protección de los civiles. Y que no hay simetría: que los terroristas no las sigan, o que se camuflen entre la población civil, no justifica que Israel no se atenga a ellas. Incluso si esto hiciera imposible acabar por completo con Hamás. En Dresde e Hiroshima también se privilegió la vida de las tropas propias por encima de la población civil. Pero que existan precedentes no es razón suficiente. Si no podemos tener un mundo sin guerras, tengamos un mundo en el que los estados se adhieren al principio de que la guerra la hacen los soldados y las poblaciones civiles quedan al margen.

Ante la tragedia de Gaza, EEUU y Europa impulsan la perspectiva de los dos estados. Para entenderla pensad que, por un lado, Israel debe tener garantizada su seguridad y, por el otro, que la seguridad interna del estado palestino no puede estar en manos de Israel. Es una ecuación que silo se puede resolver con fuerzas multinacionales que incluyan a EE.UU., Europa y países musulmanes. Ahora bien: ¿aceptará Israel que la zona de control de esta fuerza incluya los asentamientos? ¿Aceptarán los palestinos que no la incluya? Es fácil concluir que la solución de los dos estados es imposible. Pero la pregunta no debe ser si es posible, sino cómo la haremos posible. La alternativa es la ocupación permanente por parte de Israel, una injusticia hacia los palestinos y una opción extremadamente peligrosa para el alma y la seguridad de Israel.

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Respecto al alma, es muy simple. La fibra moral de un país democrático no resiste la conversión en ocupante permanente de un territorio muy poblado. Estamos viendo cómo la democracia sufre, cómo el extremismo mesiánico prospera y llega al poder, cómo se está generando una nueva diáspora de profesionales, académicos y tecnólogos. Ocupadas Cisjordania y Gaza –en una guerra defensiva en 1967– se fue demasiado tolerante con los asentamientos y nunca fue del todo creíble que la agenda política de fondo no fuera la de la anexión permanente. Nos lo decía David Grossman en la magnífica entrevista que el ARA publicó el pasado miércoles.

Respecto a la seguridad: a la larga Israel necesita vivir en paz con sus vecinos. La demografía, el poder económico, el nivel de educación y el peso político internacional de este vecindario es cada día mayor. Mientras una paz duradera no se imponga, Israel no será autosuficiente: depende del apoyo de EE.UU. y, en menor medida, de Europa. El de Europa se está diluyendo, el de EE.UU. es sólido. Pero, ¿y si un día falla? Es temerario para Israel impulsar una política que todos sus aliados desaprueban. La esperanza abierta por los pactos de Abraham se ha derrumbado. Es evidente: no habrá paz sin resolver el tema palestino.

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La gran incógnita es si la democracia israelí generará un gobierno de centro capaz de concertarse con la comunidad internacional y recuperar una estrategia basada en los dos estados. Esto dependerá en parte de la presión exterior, pero siendo Israel una democracia para sus ciudadanos, el camino pasa por el acceso al poder del segmento secular y moderado de su ciudadanía.

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Entre las acciones que la UE puede emprender para propiciar que Israel tome el camino de los dos estados está la del reconocimiento del estado palestino. Preferiblemente de forma conjunta por parte de una gran mayoría de los Estados miembros. Sin embargo, siendo la capacidad decisoria de la UE la que es, reconozco que una acción unilateral de algunos estados puede acelerar el movimiento. Ahora bien: creo que España debería haber sido tan prudente como Alemania y no tomar protagonismo. En el mundo judío, las masacres de 1391 –también en Barcelona–, la Inquisición, la expulsión de 1492 y los autos de fe todavía escuecen. En el grotesco encuentro con Abascal quizás Netanyahu, recordando el gran historiador de la Inquisición que fue su padre, le preguntó por los Reyes Católicos. Es exótico que hoy el gobierno de Israel se sienta más cercano a los herederos de la tradición antisemita española que a los herederos de la mejor tradición liberal. Una tradición que, dicho sea de paso, debería evitar confundir gobierno de Israel con la muy dividida sociedad de Israel. Algunos de los críticos más feroces de lo que está ocurriendo hoy en Israel están en Israel. Seguid el diario Haaretz o los debates en sus universidades. Por cierto: dudo que romper con las universidades israelíes ayude a la buena evolución política de Israel.