El evento literario del año

Ya lo tenemos entre nosotros. Es el evento literario del año. Me refiero a la biografía de Josep Pla que ha escrito Xavier Pla. Un monumento planiano. Una década de trabajo. El resultado son 1500 páginas. El personaje es inagotable. Ahora que estamos en tiempos de mujeres fantásticas, Pla es el último hombre de antaño. Un seductor hombretón de un tiempo macho. Alguien de otra época, un monstruo creador de una potencia fenomenal, un escritor que se ocultó tras mil caras. De ahí la dificultad de fijar su retrato, de explicar cómo era, qué pensaba, qué deseaba. Y de ahí su atractivo inmenso. Pla siempre se desliza. Como expresa el biógrafo, exhibiéndose se oculta; mostrándose impúdicamente, se esconde utilizando la estrategia del calamar: esparciendo tinta a corazón qué quieres. Más que desnudarle, Xavier Pla ha querido vestirse con sus ropas, con su tinta, acompañarle en su laberinto. El viaje que nos propone es fascinante.

Lo podríamos entender como una metáfora del país. Pla es como una Catalunya siempre insatisfecha consigo misma, en lucha contra su timidez, que quiere y duele, que no se gusta. Enraizada y cosmopolita, conservadora libertaria, a veces salvaje hasta la extravagancia exagerada, explosiva. Que tiene un fondo salvaje pero sabe guardar sus formas. La estética termina mandando por encima de la ética, con cambios de camisa tan literales como simbólicos. Pla i Catalunya, juego de espejos. Uno y otra son orden y aventura. El desorden personal del escritor (amores, trabajos, horarios, dinero...) al servicio de fijar la imagen y dar consistencia literaria a una Catalunya plausible, a la vez perdida (la republicana) e inmortal (la que sobrevive a la dictadura).

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No hemos tenido ningún otro cronista tan proclive, ávido, compulsivo, reconcentrado en sí mismo (guardaba todos los papeles, incluidas 35.000 cartas con 6.500 corresponsales) y al mismo tiempo expansivo. ¿Cómo nos vería hoy el hombre de Palafrugell? Cataluña ha vuelto a hacerlo: a soñar y naufragar, como una barca en un mar de tormenta. País mediterráneo. Desde su catalanidad de piel y alma, tan junto a los pies en el suelo, habría llamado a salvar los muebles, a trabajar. La santísima continuidad: la masía, la lengua, la fábrica. Él supo recomenzar después de la derrota cainita de la Guerra Civil. Fáustico, se había hundido en el diabólico bando ganador, una contradicción más de su trayectoria. Y se encerró a escribir, lo que mejor sabía hacer, su manía total. Sin cesar. Tenía el país en el corazón y en la cabeza, y se dedicó obsesivamente a darle cuerpo, a encarnarlo negro sobre blanco. Su particular país, claro: de intelectuales y artistas, de campesinos y pescadores, de políticos derrotados, de empresarios y gente con posibles, de cocineros y tenderos...

La Cataluña obrera no era cosa suya. Obsesivo menestral de la literatura teñido de egocentrismo fatalista y escéptico, concebía a la sociedad como una suma caótica de individualidades en lucha permanente. Todos contra todos. Él contra todo el mundo. Siempre acababa haciendo daño a quienes le rodeaban. Todo le curiosía pero la masa le interesaba poco. Se aproximaba a las personas una a una, buscándose a sí mismo, pero le daba miedo encontrarse en serio. Todo giraba en torno a la identidad, la suya. Y la del país. De nuevo Pla i Catalunya, retratos paralelos, ondulantes y evanescentes. De muchas caras. El misterioso laberinto de la identidad.

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En realidad, Pla se oculta tras Catalunya, se parapeta. Utiliza el país, le ofrece literariamente su propia vida. Así le da vida. Incluso podría decirse que se sacrifica, un verbo que seguro que no le gustaría: demasiado moralista. Y en el sacrificio se encuentra la salvación, un sentido. Ésta acaba siendo la identidad de alguien que no sabe, no quiere o no logra saber quién es realmente, de alguien que se juzga con una dureza inusitada por hacerse perdonar su volubilidad personal y su insaciable ambición de escritor.

Se nos gira trabajo como lectores. Trabajo agradecido. La biografía de Pla per Pla es un regalo en un país que últimamente nos da muy pocas alegrías. Sólo la cultura nos salvará.