Un extraño trastorno

Los artículos mediocres suelen empezar con una cita. Ahí va la que viene al caso: “La sensibilidad humana hacia las pequeñas cosas y su insensibilidad hacia las grandes cosas son síntomas de un extraño trastorno”. Esta idea la formula Blaise Pascal en Pensamientos. El “extraño trastorno” de la humanidad nunca ha sido, me parece, tan flagrante como en nuestra época. Somos conscientes de nuestro trastorno, pero apenas nos importa porque estamos ocupados con las pequeñas cosas. Lo que demuestra que Pascal tenía razón.

Voy a utilizar un libro como excusa para perorar sobre el asunto. Mi propósito (confío en que las autoridades de este diario no opongan objeciones) consiste en hacer lo mismo, con otros libros y otros asuntos, en las próximas semanas. Esta vez la excusa se titula Tasmania y su autor es Paolo Giordano, un doctor en física de 40 años que escribe sobre temas científicos, en especial sobre el calentamiento del planeta, en el Corriere della Sera. Hace unos años obtuvo un éxito notable con su primera novela, La soledad de los números primos.

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Esto no es una recensión ni una crítica. Insisto, es solo una excusa. Me limito a decir que el libro no me ha gustado, pero me ha interesado. Les resumo el argumento sin reventar nada. Un físico que escribe en el “Corriere” y que parece ser el propio Paolo Giordano tiene problemas conyugales y atraviesa lo que llaman “crisis de los 40”. Hay quien intenta salir de esos trances comprándose una moto, o haciéndose un tatuaje, o explorando los engorros de la promiscuidad. Giordano no es de esos.

Giordano busca una solución un poco más compleja y se sumerge en los grandes problemas actuales de la humanidad, desde el calentamiento global al riesgo de holocausto nuclear, pasando por los linchamientos virtuales, el terrorismo, las guerras y la redefinición del papel de las mujeres en una estructura social abrumadoramente masculina. Hasta el celibato de los curas interesa al protagonista. No dejo de pensar en la maravillosa comedia que con esos mimbres podría haber confeccionado Woody Allen. La novela de Paolo Giordano, por supuesto, no tiene nada de comedia.

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La peripecia del personaje Giordano se ajusta al esprit du temps como un árbitro a un equipo grande: con una pretendida naturalidad. Ojo: hablamos del esprit du temps según lo interpreta uno de esos europeos angustiados por las catástrofes climáticas que, sin embargo, se pasan la vida derramando carbono sobre la atmósfera con largos viajes aéreos a lujosos hoteles exóticos. Lugares donde viven experiencias tan profundas como un intercambio de parejas con unos holandeses, momento homoerótico incluido.

El protagonista de la novela prepara un libro sobre las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki. A través de los últimos supervivientes trata de describir el horror nuclear y lo hace bastante bien. En esos pasajes, el lector se pregunta qué fue del horror nuclear. Tras las explosiones de 1945, los científicos más importantes de la época, desde Albert Einstein al “padre” de la bomba, Robert Oppenheimer, hicieron dramáticos llamamientos para suprimir tal arma. El gran sabio de la época, Bertrand Russell, se hartó de exigir un “gobierno mundial” (eso sí sería un auténtico “gobierno Frankenstein”) con un “ejército mundial” dirigido por buenas personas: enternece leer ahora sus textos, por su ingenuidad.

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Durante la “guerra fría” gran parte del mundo vivió acongojado por la posibilidad de un apocalipsis atómico. Hoy, con casi 15.000 artefactos nucleares repartidos por el mundo y en manos de regímenes tan sensatos como el ruso, el norcoreano, el paquistaní o eso que ha montado Benjamin Netanyahu en Israel, nos da bastante igual. ¿Cuánto tiempo diario dedica usted a pensar en el riesgo atómico? Pues eso. Me permito recordar que un centenar de misiles nucleares bastarían para destruir la civilización.

Lo mismo ocurre con el clima. Ni hacemos ni haremos nada para frenar el calentamiento, aunque separemos heroicamente el vidrio del plástico. En el fondo no nos importa. Nunca la humanidad había consumido tanto petróleo como este año. ¿Y qué? Nos pasa como con la guerra de Ucrania: metemos la banderita azul y amarilla por todas partes y procuramos olvidarnos de que la Unión Europea, ahora, en septiembre de 2023, es el mayor comprador de gas ruso, por encima de China.

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Repasen el diario de hoy y comprobarán lo mucho que nos preocupamos por cosas pequeñas. Lo dicho: Pascal tenía razón.