La farsa y los escorpiones
Se impone pensar que Marx tenía razón y que la historia se repite primero como una gran tragedia y después como una miserable farsa. Miramos alrededor y la tramoya muestra una corriente de fondo inquietante, a pesar de que un punto ridículo en las formas, especialmente en cuanto a la ultraderecha europea y a la española en particular. Un ejército de escorpiones recorre nuestras democracias liberales socavando los valores de la convivencia y la diversidad, mientras que las grandes preguntas económicas cada vez tienen menos respuestas y son más inquietantes en términos de desigualdad y de garantías de funcionamiento del ascensor social.
Los valores democráticos se enfrentan a grandiosos desafíos económicos y sociales que la extrema derecha y los populismos aprovechan para poner en entredicho toda la construcción política.
Las grandes potencias, como la China y Rusia, desprecian la idea misma de democracia sacrificándola en el altar de la utilidad, la eficiencia y la falsa seguridad de sus individuos, basada en una ausencia total de libertad. Esta semana el régimen chino ha publicado un documento titulado La China, una democracia que funciona, en el que afirma que en la pandemia los resultados de la gestión han sido mejores que en los EE.UU., que califica de país polarizado, y en el que se concluye que “no hay un modelo fijo de democracia”. Debe de ser parte de la farsa, querer hacer creer que la China o Rusia son otro modelo de democracia en vez de regímenes autocráticos en los que, por un lado, Xi Jinping ha cambiado la Constitución para asegurarse el poder indefinidamente y, de la otra, Vladímir Putin ha firmado una ley para mantenerse en el Kremlin hasta 2036. Pero la idea china de que la gestión es más fácil con las draconianas medidas de confinamiento, la censura y el desprecio por la libertad y el bienestar de los ciudadanos, es una obviedad. Más fácil para el gobernante no significa mejor para el gobernado y sus inexistentes derechos ciudadanos. La dictadura da ventajas en el tablero internacional, donde la China y los EE.UU. representan modelos antagónicos, pero donde los Estados Unidos están en retroceso en su papel activo de garante militar de valores y de intereses y en horas bajas para dar lecciones morales sobre las virtudes democráticas.
Y EUROPA?
En este contexto, la Unión Europea, que tiene el más imperfecto mejor modelo de bienestar del mundo, tendrá que hacer frente a la transición de la cancillería alemana y a las elecciones a la presidencia francesa. La UE se ha enfrentado a la grave crisis del coronavirus con el bendito optimismo de la inteligencia keynesiana , pero necesita urgentemente un nuevo paso adelante en la integración bancaria, fiscal y de políticas clave como la inmigración. El experimento de la coalición alemana de socialdemócratas, verdes y liberales afronta la necesidad de hacer reformas estructurales que acabarán condicionando a sus aliados y el papel de la UE en un mundo que mira hacia Asia y que no lo está esperando, más allá de observarla como un destino turístico con el atractivo de la bella vejez.
Las elecciones francesas serán otro termómetro para toda Europa. La irrupción de Éric Zemmour lo sacude todo en una Francia que vuelve a oler a polvorín social y donde la reanudación económica deja a los trabajadores menos cualificados y a los labradores al margen del crecimiento y castigados por la inflación. Los Le Pen han pasado a ser unos aprendices de brujo junto a la operación Zemmour. El periodista ultraderechista está apadrinado por el magnate de la comunicación Vincent Bolloré, presidente del grupo Vivendi, propietario de Paris Match, Le Journal de Dimanche, Canal+, Europe 1 y la cadena de televisión Cnews, inspirada en la Fox. Bolloré también tiene intereses en la italiana Mediaset y en la española Prisa -aquí espera el aval del gobierno de Pedro Sánchez para tener la propiedad, que incluiría El País y la SER.
En guerra con el Elíseo de Macron, Bolloré impulsa un candidato que afirma que “la existencia del pueblo francés está en peligro” y que habla de la “gran sustitución” y de la amenaza del islam sobre la Francia católica proyectando una alternativa basada en un inexistente pasado homogéneo y glorioso. Intoxicando durante años en su programa Face à l'info, su estrategia les sonará: enfrentamiento en plató para atraer audiencias y repercusión en las redes sociales, que alimentan los algoritmos del odio. Una estrategia que acaba condicionando la agenda política.
MIRAR ALREDEDOR
Solo hay que mirar a nuestro alrededor para ver cómo la intolerancia y las posiciones de la extrema derecha avanzan en el debate público y cómo una parte de la prensa juega fuerte en su favor. Solo hay que leer alguna prensa madrileña, que barrería el catalán con argumentos mezquinos y hechos a medida de la ultraderecha. España siempre ha tenido a periodistas en el núcleo del pistolerismo, pero no solo hay que mirar a los actores del odio sino también a aquellos que se inhiben por miedo y oportunismo. Aquellos que se autodenominan moderados y simplemente floten siempre en las aguas del mejor postor.