Feria de sinvergüenzas
El escándalo Koldo-Ábalos-Santos Cerdán, o como deba decirse, ha comenzado su camino judicial y eso quiere decir que, en adelante, asistiremos a la narración en directo, como si se tratara de una competición deportiva, de las estrategias de defensa de cada uno de estos gamberros. Si se alían, si se pelean, si se contradicen, si callan, si ponen en marcha ventiladores. La misma feria que hemos visto girar tantas veces, sólo que aquí no giran atracciones con luces, sino delitos, delincuentes y los modos en que cada uno intenta escabullirse de la justicia y cargar las culpas a los demás. Ellos lo tienen asumido, sus defensas -vengan de la CUP o de donde vengan- lo tienen asumido. Así es como funciona el sistema político español, que, en lo que se refiere a los asuntos de corrupción, es exactamente lo mismo que el sistema político catalán.
Lo grave es que lo asumimos también los ciudadanos. Ahora mismo, el gobierno español no puede dar paso sin tener que estar pendiente de las peripecias judiciales de los ex altos cargos, y de todo lo que pueda derivarse. Éste es un problema grave, al que hay que añadir el entusiasmo con el que algunos jueces están dispuestos —de hace mucho tiempo— a colaborar en la demolición del sanchismo: hoy mismo nos enteramos de que el infumable juez Peinado quiere imputar al ministro Bolaños por lo que se le haya ocurrido imputarlo.
Por supuesto, nada pasa porque sí. Ya el pasado diciembre, poco antes de Navidad, Feijóo vaticinó a Sánchez un "infierno judicial" para el 2025, y más o menos manifestó su confianza en que fueran los jueces quienes hicieran caer al actual presidente español. La vía de la judicialización de la política empezó hace mucho tiempo, al menos desde el momento en que el PP, con el aplauso de los sectores nacionalistas de la izquierda española, llevó el Estatut de Catalunya al Constitucional, con el resultado que todos sabemos. Desde entonces, la justicia española se ha convertido en una máquina de llevar la democracia por donde interesa a cada momento.
Feijóo, que ahora saca pecho, se apunta a la última difamación lanzada por el viscoso Aznar, que es insinuar un pucherazo electoral en las elecciones del 2023. A esto ahora lo llamamos trumpismo, pero también podemos llamarlo cargárselo absolutamente todo para llegar al poder como sea. La acusación repentina viniendo de aquellos que no sólo han hecho votar a los muertos, como ha recordado oportunamente Yolanda Díaz, sino que también han hecho votar a ciudadanos latinoamericanos que eran descendientes de españoles (mallorquines, para más señas), o que tenían organizados verdaderos servicios de recogidas de "acompañarles" a los colegios electorales (esto era antes de dejarles morir a los mismos geriátricos, como ocurrió en Madrid, porque, como dijo la presidenta Ayuso, "debían morir igualmente").
Ni que decir tiene el deterioro que todo esto supone para la democracia. Ahora bien: alerta de que a quien haga más provecho la suciedad no sea en el PP sino en Vox, el parásito que el propio PP se ha ocupado de alimentar durante tantos años.