Fíjate, cansados de ir a votar

Se ha convertido en un lugar común afirmar que la gente está cansada de ir a votar. Fíjate, en Catalunya hemos tenido cuatro elecciones en un año. Pobrecitos, qué cansancio. Pues no, qué paternalismo, como si pasar un momento por el colegio electoral fuera igual que ir a la mina o fregar escaleras. Y qué peligro, porque todos sabemos que hay algunos para los que no deberíamos ir a votar nunca más. Y qué contradicción con la madre de todas las consignas de la modernidad: ¡empoderaos! Y justamente el día que tenemos el poder de decidir quién queremos que gobierne y haga las leyes en nuestro nombre, nos quedamos casa, en un gesto de sociedad harta.

Sí, hay una abstención consciente, de protesta, porque los partidos han convertido la acción política en una trifulca continua y en un festival de la demagogia protagonizado por algunos actores que no querríamos trabajando con nosotros que a menudo parece que nos pidan el voto para solucionar sus problemas y no los nuestros, como ya vimos en España, y pronto veremos en Catalunya, si vamos a una repetición electoral. Encima, las administraciones nos complican la vida con una burocracia inaguantable. Sí, el problema no es mecánico, de ir a votar, sino de escucharlos atentamente.

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Vale, la democracia, el gobierno del pueblo, parece una utopía cada vez más lejana, porque la democracia va más lenta que la tecnología y está superada, si no intervenida, por la economía y los intereses privados. Pero la democracia es para adultos, requiere corresponsabilidad y estar encima. De hecho, es de las pocas palancas que todavía nos quedan para que nuestro parecer sea tenido en cuenta. ¿Cansamiento de ir a votar? Como dijo Sartori: “Los maquinistas son ciudadanos y no son nada del otro mundo. Pero la máquina es buena, la mejor jamás inventada para permitir al hombre ser libre”.