De la Flotilla a Trump
La Flotilla ha llegado al final de su periplo sin que hasta ahora haya pasado nada previsible. Ni que decir tiene que para mí toda acción que contribuya a concienciar a la ciudadanía de la terrible realidad del genocidio que Israel está cometiendo en Gaza es digna de consideración. Sin embargo, he visto con escepticismo un episodio como el de la Flotilla: un gesto más efectista que efectivo, de personas que, por decirlo en palabras de Najat El Hachmi, "nunca dejan de enfocarse a sí mismas". No ha habido sorpresa, la Flotilla ha acabado detenida por Israel: detención y reenvío de los actores a casa. Pero es cierto que ha tenido un efecto positivo en forma de movilizaciones que demuestran la indignación de la ciudadanía. Y que sirvió para que la derecha se retratara, de forma singular en el caso español, con el PP bajo la presión de Vox y obscenos comportamientos orquestados por una Ayuso que hizo mofa del genocidio. A menudo la estupidez de la derecha hace de tapadera de la ligereza de los demás.
En un momento en que los referenciales democráticos se tambalean por todas partes, es más necesario que nunca poner en evidencia poderes como el que Netanyahu lidera, dispuestos a lo necesario para destruir un pueblo, con un inquietante corazón internacional de acompañamiento, liderado por Donald Trump, un personaje sin límites. Cualquiera de sus iniciativas se cultiva en el narcisismo. Y así se explica, por ejemplo, que tan pronto haga de valedor insobornable de los crímenes de Netanyahu como que lo utilice por mujer credibilidad en su último puñetazo sobre la mesa, con una foto en la Casa Blanca en la que el presidente americano aguanta el teléfono con el que el líder israelí debe transmitir las modulaciones que el discurso de Trump le . Todo tiene la fragilidad de la chulería de lo que juega con una situación trágica por pura vanidad.
La necesidad de poner fin al genocidio es tan profunda que la propuesta de Trump ha recibido adhesiones de todas partes, y especialmente de Europa. Pese a que no hay nada consolidado, como demostró Netanyahu inmediatamente después de reunirse con el presidente estadounidense, cuando empezó a rebajar las promesas pactadas. Solo el deseo de detener la tragedia a toda costa puede explicar que incluso líderes críticos desde el primer momento con el tándem Trump-Netanyahu, como Pedro Sánchez, se apunten. Damos margen, dicen algunos, dando por entendido que la propuesta de Trump podría ser la única opción posible. Mantener viva la denuncia del genocidio es una obligación cuando el plan de Trump da razones para la sospecha de que no se trata de hacer la paz sino de echar tierra sobre la realidad, de imponer de nuevo el silencio. Algunos lo llaman posibilismo.