La Flotilla, los valientes y los cínicos
La detención de la Flotilla Global Sumud en las aguas de lo que el gobierno de Israel llama zona de exclusión es, por un lado, la confirmación de lo que todo el mundo sabía que iba a ocurrir, como explica bien el artículo de Eugeni Garcia Gascón en este diario. Pero a su vez es un episodio importante que deja en evidencia, pone de manifiesto y subraya una serie de hechos: uno, el gobierno de Israel sigue bloqueando la llegada de ayuda humanitaria, incluso aportada por una iniciativa pacífica (la Flotilla ha estado acertada al remarcar que va completamente desarmada) de la sociedad civil. Dos, el gobierno de Israel sigue recurriendo al uso y abuso de la fuerza contra cualquiera que se atreva a discrepar de su guerra de limpieza étnica en Gaza y Palestina. Tres, a consecuencia de lo anterior, es indiscutible que el gobierno de Israel sigue violando los derechos humanos y el derecho internacional. Cuatro, ante este panorama, el silencio y la pasividad de la comunidad internacional, genuflecta ante las amenazas y arbitrariedades del gobierno de Donald Trump, es alarmante e incluso peligrosa (y en este contexto, y aunque sea paradójico, tiene sentido la retirada de los buques militares de apoyo italiano y español, como forma de evitar males mayores).
Todo esto lo sabíamos, pero la Flotilla ha señalado ante todos al rey desnudo que es un gobierno como el de Israel, falsamente democrático y victimista hasta cometer el pecado de pervertir la memoria del Holocausto. La Flotilla es una expresión de una ciudadanía global –un concepto que nos conviene asimilar y entender– que no se resigna a seguir por los medios y las redes un atropello tan descarado contra la dignidad humana. Solo por eso, los miembros de la Flotilla merecen ser respetados. Se podrán poner más o menos peros a sus problemas de organización o al protagonismo de sus miembros más famosos. Pero no se les puede discutir el compromiso y el coraje: hay que ser valiente para presentarse ante unas fuerzas armadas como las israelíes, acostumbradas a disparar primero y excusarse después con pretextos vagos: un error, etc. De este modo han asesinado a decenas de periodistas, médicos y paramédicos, o miembros de la Cruz Roja. Disparar contra alguien a quien han identificado como "provocadores" o "terroristas" no habría sido ninguna sorpresa.
La valentía de los miembros de la Flotilla contrasta también con el cinismo de aquellos que, desde la más apoltronada pasividad, se han dedicado a blasmarlos o a burlarse de ellos. Lo han denunciado bien en las redes la periodista Rita Marzoa o la poeta Míriam Cano (que, por cierto, ha publicado recientemente Metamorfosi, un espléndido memoir en prosa de nuestra condición de mediterráneos): sabe mal ser conciudadanos de según qué deslenguados. Especialmente —ahora que hemos vuelto a recordar el 1-O—, de aquellos que han tenido la bajeza de reprochar supuesta cobardía a los catalanes por no haber ido al enfrentamiento armado con España y ahora se burlan de quienes desafían la brutalidad armada con una misión de paz y asistencia a los desvalidos.