Un agente de policía francés en París
24/10/2025
3 min

Mucho se está hablando estos días del robo espectacular que ha habido en el Louvre, el museo más emblemático de París y uno de los más frecuentados de Europa y del mundo. Los propios responsables políticos franceses han dicho que este incidente ha puesto al país en ridículo porque muestra una falta de previsión y seguridad por parte de las autoridades, no sólo del museo, sino más allá, ya que se trata de una institución pública. De hecho, una de las hipótesis sobre los motivos del robo –aparte del más evidente, el ánimo de lucro– es que respondería a una "injerencia extranjera" para desestabilizar a Francia y, de paso, Europa. Sabemos que Rusia está haciendo una política agresiva en este sentido, pero por el momento se ha limitado a ciberataques, y esta teoría parece algo conspiranoica.

Lo ocurrido en el Louvre podría ocurrir en muchos otros museos europeos, empezando por el Prado (recordamos las manifestaciones de sus equipos de vigilancia, hace sólo un par de años, que se quejaban de la insuficiencia de personal debida a los recortes realizados por la empresa privada que se encarga de la seguridad). En el Louvre, recientemente, también hubo protestas de los sindicatos y del personal por la misma causa. Se ha recordado, así, los ataques de activistas contra obras de arte en museos como la Galería de los Uffizi de Florencia o el propio Prado, o los despistes e imprudencias de turistas con demasiadas ganas de selfies que causan daños importantes ya veces irreversibles en las piezas artísticas.

Dejando aparte el hecho de que muchos de estos museos se encuentran en edificios históricos que no se pueden transformar en bunkers, porque se arruinaría su valor patrimonial, pero que probablemente se puede hacer mucho más para proteger su contenido de la codicia o del activismo mal entendido, cabe preguntarse si esa deficiencia de la "seguridad de la cultura", es una muestra de Europa. Ciertamente, los grandes museos estadounidenses tienen vigilantes armados que no dudarían en abrir fuego contra los ladrones. Pero, ¿queremos vivir en un mundo así? Sin minimizar la violencia estatal y estructural que existe, sin duda, en nuestro país, en Francia y en Europa, al menos aquí el Estado no tiene autoridad legal para matar (que mate ilegalmente no debe descartarse, pero es en casos más puntuales).

Hace apenas dos semanas, el 9 de octubre, se produjo en París otro evento que ha tenido mucho menos eco mediático: la panthéonisation o entrada en el Panteón de los restos de Robert Badinter, un abogado defensor de los derechos humanos que fue senador y presidente del Consejo Constitucional francés. Badinter ha ingresado en la nómina de personalidades (casi todos hombres, es decir) honradas por el Estado francés por su contribución a la historia ya los "valores republicanos". En su caso, tiene el mérito de haber conseguido, por encargo del presidente François Mitterrand, que apenas había accedido al poder, que la Asamblea Nacional, el Parlamento francés, aboliera la pena de muerte, el 9 de octubre de 1981. En un célebre y emotivo discurso que se volvió a escuchar en la historia judía deportada y asesinada en los campos– citó a Victor Hugo, pionero en defensa de la abolición, así como una frase de Jean Jaurès, patrón de los socialistas y gran humanista, muy recordada todavía, que dice que la pena de muerte es "contraria a lo que la humanidad ha pensado de mayor y lo que ha soñado de más noble". El abogado añadió otras frases que han pasado a la historia, como ésta: "Dado que ninguna persona es totalmente responsable, dado que ninguna justicia puede ser infalible, la pena de muerte es moralmente inaceptable". Y, dirigiéndose al resto de parlamentarios que debían votar la abolición, añadió: "Mañana, gracias a ustedes, la justicia francesa nunca será más una justicia que mate".

Estas palabras, casi medio siglo después, todavía tienen plena vigencia en un mundo rebosante de conflictos bélicos sangrientos y donde la violencia legal el poder lo ejerce sin pensárselo dos veces, incluso en países supuestamente democráticos como Estados Unidos o Brasil. Pocas personas, fuera de los brasileños, saben que en la "ciudad maravillosa" de Río de Janeiro, "llena de mil encantos", como dice la canción -lo cual es verdad-, se producen regularmente "operaciones" (es el término eufemístico que emplea la policía militar que las lleva a cabo) a los narcotráficos que consisten en favelas. Esto es moralmente inaceptable no sólo porque han muerto criaturas que iban a la escuela, sino porque la humanidad debería ser contraria a matar legalmente a otros seres humanos, sean cuales sean. Volviendo la palabra a Robert Badinter: "La justicia de la eliminación es una justicia de angustia y muerte". Esta frase dice mucho sobre en qué mundo queremos vivir.

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