¿Una Francia escarmentada?
Cuando el cinco de octubre de 1972 se fundó en París el Front National pour la Unité Française, más conocido desde entonces como Front National (FN) y hoy rebautizado como Reassemble National (RN), sólo habían pasado 27 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esto significa que una persona que cuando acabó el conflicto tenía veinticinco años, en 1972 quizás ni siquiera llegaba a los 50. No estamos hablando de cuatro gatos, sino de los millones de personas que de forma activa, no simplemente accidental , apoyaron el régimen pro nazi del mariscal Pétain. En 1972, muchas de estas personas se hicieron militantes del FN de Jean-Marie Le Pen, que hoy tiene 96 años. Victor Barthélemy o André Dufraisse, por citar sólo dos nombres, fueron dirigentes del FN que en la década de 1940 no sólo habían colaborado con entusiasmo con el régimen de Vichy, sino que en el caso concreto de Dufraisse incluso fueron miembros de las Waffen-SS. Cosas parecidas ocurrieron también en Alemania o en Austria, evidentemente, pero con una diferencia sustancial: los alemanes siempre supieron que habían perdido la guerra.
En el caso de Francia, esto nunca ha sido nada claro, aunque con el posterior sobredimensionamiento de la Resistencia se pudiera llegar a deducir lo contrario. Sea con uno u otro nombre, la extrema derecha genera en Francia algo más que suspicacias ideológicas: obliga a repensar la historia del país ya transitar de nuevo sus zonas oscuras, que son numerosas. Para entender al menos una parte de los resultados del domingo, esta clave no debe perderse de vista. En el inconsciente de los más viejos, hablar de extrema derecha en el poder significa, entre otras cosas, desenterrar figuras tan extremadamente incómodas como la de Pierre Laval, fundador de la siniestra Milice y sus 21 puntos: contra la democratía, contra la lèpre juive, etc. En este caso estamos ante el fascismo en estado puro, sin posibles matices. En el caso de la actual RN de Marine Le Pen o Bardella, en cambio, la denominación resulta abusiva. Se trata sin lugar a dudas de un partido de derechas con unos orígenes feos, pero no se le puede identificar sin más con ideologías de hace ochenta o noventa años.
La heterogénea izquierda francesa ha jugado, cabe decir que muy legítimamente, a apelar a un pasado doloroso, vergonzoso, sin ni siquiera tener que mencionarlo, entre otras cosas porque no era necesario; y también porque, como acabamos de ver, estamos ante un tabú colectivo. A corto plazo, para salir del pedregal, está bien (esta era la apuesta de Macron, precisamente) pero eso no significa que la Francia que representa a Marine Le Pen no exista o sea anecdótica. De hecho, más allá de las extensas y superpobladas periferias de París, Lyon y otras grandes ciudades, es mayoritaria, Cataluña Norte incluida. Como si se tratara de un detallito sin importancia, sin embargo, se hace abstracción que en las pasadas legislativas la extrema derecha del RN sacó a 89 diputados mientras que hoy tiene 143, es decir, 54 más. Si esto es perder... Los resultados de unas elecciones deben analizarse a partir de datos mínimamente objetivables, no de expectativas generadas por los medios de comunicación. Y un dato numéricamente incuestionable es el que acabamos de señalar. ¿Una Francia escarmentada? Me parece que no mucho. El Nuevo Frente Popular (NFP) ha obtenido 182 representantes electos, sólo 39 más que RN. Esta alianza de circunstancias la forman los socialistas, los comunistas, los verdes, los insumisos (LFI). Cualquier persona que conozca, aunque sea vagamente, la política francesa sabe que en la Asamblea Nacional la suma resulta de facto inviable, incluso a corto plazo. Los quebraderos de cabeza que le esperan a Macron son incalculables, y obviamente estas cefalalgias se acabarán trasladando de forma indirecta a Bruselas.
El NFP y los macronistas han frenado ¿el avance de la extrema derecha? Sí, sin duda: los resultados del domingo son suficientemente claros. El NFP y los macronistas han parado ¿el avance de la extrema derecha? No, en modo alguno: la formación de Marine Le Pen tiene hoy otros 54 representantes en la Asamblea de los que tenía hasta ahora. Este aumento es cualquier cosa menos anecdótica. Del mismo modo que la nouvelle cuisine de las encuestas, amplificada por los medios, hinchó las expectativas electorales de la extrema derecha francesa para lograr una movilización sin precedentes del electorado, ahora las desinflará para simular que estos 54 nuevos diputados de Le Pen, 54, no existen. A la radicalidad del populismo xenófobo hay que responderle con políticas que den resultados, no con juegos de manos como el que acabamos de describir.