Francia, un país en descomposición
Corren tiempos de asombro y sorpresas crecientes. Hay que constatar, de nuevo, que la racionalidad no es el viento de la historia, un viento que a veces arrastra en direcciones diabólicas. Y, sin embargo, perfectamente comprensibles, si nos fijamos en un conjunto de hechos que se han ido gestando a lo largo de muchos años, sin que les diésemos demasiada importancia.
Francia. Ocupación nazi, régimen de Vichy, la resistencia. El país de la Ilustración, de la Revolución Francesa, de los derechos del hombre, de la Comuna, del Mayo del 68. Ahora un 33% de los franceses ha votado a unos partidos de extrema derecha, que este domingo pueden obtener una mayoría parlamentaria y deshacer lo que se ha construido con tanto esfuerzo. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo explicar estos resultados?
Desde mi punto de vista, estamos viendo en gran parte de Europa las consecuencias del viraje derechista que se produjo en los años ochenta, con la llegada de Reagan y Thatcher al poder. Los 40 años anteriores habían sido de reducción de las desigualdades económicas, de impulso de un estado del bienestar nivelador que había acrecentado la cohesión social. A partir de los 80 caminamos en la dirección contraria: parada de la expansión del estado del bienestar, crecimiento de las desigualdades, fomento del individualismo y el consumismo, y, al mismo tiempo, empobrecimiento de muchos. En Francia, por ejemplo, la parte de la renta en manos del 1% más rico de la población ha pasado del 7,7% del total en 1982 al 12,7% en 2022. Mientras, en cambio, el 99% de la población restante ha visto disminuir su parte de la renta, y en concreto el 50% más pobre ha pasado de poseer el 22,1% al 20,3%. Si miramos la riqueza y la propiedad, el desnivel es mucho peor. Como en la mayoría de países europeos, pero en el caso francés todavía ha sido más exagerada la acumulación en un 1% de la población.
De eso se habla poco, los medios no lo proclaman demasiado. Pero estoy totalmente de acuerdo con Piketty cuando dice que las clases sociales ahora son más importantes que nunca para comprender los comportamientos adoptados a la hora de votar. Desde finales del siglo XX, Francia es una sociedad que se descompone. Se acabó aquella grandeur de los países colonialistas, alimentados por el expolio de los países pobres. Se acabó el glamour de París, capital del pensamiento y del arte; y de la lengua francesa, destronada por el inglés; elementos que daban cohesión a un país que se pensaba todavía como sociedad excepcional. La industria ha sido desmantelada, y con ella, las posibilidades de empleo estable y de integración para millones de personas, inmigrantes o no, que malviven en suburbios empobrecidos con servicios deficientes; se ha terminado la cohesión de una clase trabajadora organizada capaz de hacerse escuchar. Como en tantos otros lugares, el campo se despobla, aumenta la Francia vacía y descontenta que ya no le basta con el chovinismo, sino que se hunde cada día más en la lucha por sobrevivir.
Inflación, aumento de los precios, falta de perspectivas, marginación, son eslabones de una cadena que ha ido mostrando las rupturas internas de esta sociedad que parecía tan fuerte. A principios de este siglo hubo incendios en los suburbios, provocados sobre todo por los jóvenes parados, abocados a la desesperación. De origen magrebí, en gran parte, pero no solo; cada día son más los europeos que forman parte de estos disturbios, recomenzados y ampliados en el mundo rural en 2018, con el movimiento de los chalecos amarillos. Una sociedad en la que la solidaridad y la cohesión interna han sido sustituidas por la represión como forma de evitar los enfrentamientos y conflictos abiertos.
Reagrupamiento Nacional, dirigido por Le Pen, ha sabido utilizar los argumentos que podían seducir a esta población empobrecida: el miedo a los inmigrantes, a los diferentes; el regreso a la idea de una Francia fuerte, la de aquel pasado que ya no existe, pero que se esgrime cuando es necesario, como un espejismo; el rencor contra unos dirigentes que no han sido capaces de evitar el derrumbe, el enfrentamiento religioso, incluso. Y la crítica feroz contra la UE, ahora maquillada por si pueden controlarla. Todo esto sin ningún desgaste, dado que llevan años sin estar en el poder.
La izquierda, desacreditada y dividida entre grupos y partidos, no ha sabido qué ofrecer, hasta ahora. Hace unos días, frente al pánico del triunfo de la extrema derecha, se ha unido y ha crecido considerablemente, en un nuevo Frente Popular que cuenta más con el miedo al fascismo que con un proyecto construido para revertir el desastre. Con el 28% de los votos, aparece como una alternativa posible, pero no por ahora mismo. Mientras el centro, con Macron, se hunde sin remedio.
Si finalmente la extrema derecha logra gobernar Francia, puede ser el comienzo del fin de la UE, o de su desmantelamiento. Pero, sobre todo, el ejemplo francés debería hacer reaccionar a los demás países: en el nuestro, los efectos del neoliberalismo empezaron más tarde, pero estamos siguiendo el mismo camino y ya está creciendo la misma amenaza.