Francisco Camps, la naranja mecánica

Como amable recordatorio del óptimo funcionamiento de la justicia en España, la Audiencia Nacional ha absuelto recientemente al expresidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps de las acusaciones de presunta implicación en la trama Gürtel, de corrupción al por mayor. Camps fue presidente del gobierno valenciano entre los años 2003 y 2011, y tomó el relevo de Eduardo Zaplana, que lo había sido entre 1995 y 2002. Una década y media que coincidió con la etapa triunfal del Partido Popular de Aznar, lo que Manuel Vázquez Montalbán llamó el Aznarato. Unos años en los que el PP hizo literalmente lo que le apeteció a todas las administraciones en las que gobernó, que fueron muchas. Los años de los cuadernos de Bárcenas y la contabilidad extracontable. Los años que el PP acumuló escándalos de corrupción, que después se convirtieron en causas judiciales, en una cantidad superior a la de ninguna otra formación política europea. Los años en los que Valencia, y la Comunidad Valenciana, fueron una fiesta. Una fiesta pepera, al menos, en la que creció y se formó, como un zaplanista metódico, el actual presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón.

Tras quince o dieciséis años de ir de juicio en juicio, Camps se ha visto exonerado de culpa de todo uno gran slam de la corrupción: el escándalo de los trajes (se llamó así), el caso Nóos (la entidad facilitadora de encargos que Iñaki Urdangarin montó dentro mismo de la casa real española, y donde el PP mojó todo el que quiso), el escándalo de la visita del papa Benedicto XVI a Valencia en el año 2006, el caso de la Fórmula 1, y (cerrando una bonita estructura narrativa circular, porque el caso de los trajes era una ramificación de este ), la trama Gürtel, una de las grandes tramas-río del PP, de las que otras muchas son afluentes o corrientes. Como puede verse, la modélica carrera de un político transparente y democrático.

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Que es como se presenta ahora, sin ironía alguna, un ensuperbito Francisco Camps. Como suele ocurrir con la derecha española, Camps se ve a sí mismo como la víctima de una persecución, y ahora se pasea por los platós de televisión y los estudios de radio proclamando su inverosímil inocencia y blandiendo sus absoluciones de dudosa credibilidad. Montó una escena en un programa de la televisión pública valenciana À Punt (que él sigue llamando Canal 9, a pesar de que Canal 9, y todo el ente público de radiotelevisión valenciana fue cerrado de forma autoritaria en el año 2013, cuando el presidente valenciano era el sucesor de Camps, Alberto Fabra). Allí pretendió acallar, a gritos, al periodista de la SER Bernardo Guzmán, que Camps consideraba enemigo suyo. Camps ha desarrollado una teoría según la cual los políticos del PP "viven atemorizados" y deben volver a liberarse y enorgullecerse de su labor. La delictiva también. En fin, nada: de ahí el PP de Feijóo, que aún mantiene –con orgullo y la cara bien alta, como quiere Camps– la sede central en la calle Génova de Madrid, pagada toda en B. Cómo debe ser.