Francisco, de la televisión a las selfies

Las colas de homenaje frente a los féretros ilustres las carga la televisión. Lo vimos en Londres cuando murió la reina Isabel y acabaremos de verlo hoy, en Roma, en el último día de capilla ardiente del papa Francisco. Seguro que entre los que desfilan hay sentimiento personal y devoción espiritual, pero cuando una muerte es global las televisiones consiguen que la cola para ver al difunto sea el lugar en el que hay que estar, y gente llama a gente.

La feliz alianza entre las monarquías y las cámaras de televisión lleva más de sesenta años funcionando, y sigue haciendo su magia a través de las trompetas, los órganos, los uniformes, las columnatas y las cámaras cenitales, y de vez en cuando a través de un primerísimo primer plano del entronizado, que cuando muere parece que sea de la familia. Pío XII fue el primer Papa en ponerse ante una cámara, la apertura del Concilio Vaticano II fue transmitida por televisión y, hasta hace poco, se advertía a los telespectadores de que la bendición papal urbi et orbi también "valía" para quienes la estaban siguiendo a través de las ondas.

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Francisco no ha sido un papa tan televisivo como el rock star de la pequeña pantalla que fue Juan Pablo II, siempre actuando ante multitudes, pero es que los tiempos del monopolio de la televisión ya han pasado. Hoy todo el mundo tiene una cámara y sabe sonreír ante el objetivo. Por eso Francisco, más que ser visto, quería ser escuchado. Y por eso ha concedido entrevistas, porque tenía cosas que decir. No podía tocar la doctrina, pero podía picar al clero “avinagrado” [sic] con esa libertad que dan la inteligencia jesuítica, la edad y el cargo. Francisco ha sido un papa de selfies, ha buscado la corta distancia a través de las redes y se ha sabido grabado en todo momento por los móviles de quienes recibía en audiencia. Esto lo ha hecho cercano. Y esto es, también, lo que en el futuro llenará de flores su tumba.