Franco, 'presente!'

El título de este artículo no es una bromita de mal gusto ni una boutade. Este 20-N hará medio siglo que finalizó el dictador, pero su alargada sombra sigue proyectándose sobre la sociedad española, en los últimos tiempos con intensidad creciente. Vox está haciendo un esforzado trabajo para blanquearle. Franco no descansa en paz, y nosotros tampoco. En las redes sociales de vez en cuando es trending topic. Según el último CIS, el 21,3% de los españoles cree que el franquismo fue bueno o muy bueno, y entre los hombres el porcentaje asciende al 26,8%. Naturalmente, los votantes de Vox son los más favorables a la dictadura (60%) pero los del PP no se quedan cortos (40%). Ambas Españas siguen perfectamente delimitadas por el Caudillo. En historia, las continuidades enterradas (tradiciones familiares, mentalidades, inercias) son más fuertes que las rupturas.

Una cosa es que la democracia española se haya ido homologando y otra bien distinta es que el olvido de la dictadura haya ganado la partida a las políticas de memoria, notoriamente menospreciadas. La Transición quiso pasar página para ahuyentar el peligro de una nueva confrontación fratricida. La institución monárquica fue el punto de encuentro: democracia sí, pero nada de espíritu republicano. El rey, ninguna de las fuerzas armadas, encarnó la renuncia a ninguna ruptura. Quizás no había margen para ir más allá. Nunca lo sabremos. Sí sabemos que, medio siglo después, ese equilibrismo ha llevado a Vox a ser tercera fuerza política en el conjunto del Estado y quinta en Catalunya. Y la ultraderecha sigue subiendo a las encuestas. La ola del populismo autoritario mundial juega a favor.

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Franco fue un personaje mediocre, primario, vengativo. No tenía dotes de líder de masas. No era un Hitler ni un Mussolini, esos bárbaros histriónicos. Tras su voz aflautada, latía un aguzado instinto de poder y supervivencia. Catalizó los miedos de la España retrógrada (Iglesia, ejército, terratenientes) ante el cambio social y político republicano en un mundo polarizado entre la Rusia comunista y el fascismo. Tras devastar al país con una guerra fratricida (Paul Preston le hace responsable de lo que califica de Holocausto español), su ultranacionalismo, el terror frío y rutinario que gastaba y el culto a su personalidad conformaron la sociedad durante cuatro décadas, con el apoyo externo de EEUU en el marco de la Guerra Fría. Murió en cama intentando dejarlo todo "atado y bien atado". De entrada, no lo logró. Pero algo hondo ha quedado. ¿Cuántos jóvenes saben hoy, por ejemplo, qué es y qué significa el Gernica ¿de Picasso? Si lo pregunta, se llevará sorpresas.

En los primeros años de democracia se hablaba del "franquismo sociológico", un fantasma colectivo que permitía episodios esperpénticos pero bien reales como el golpe de estado de Tejero de 1981. Sólo después de la victoria socialista de 1982 se habría ido languideciendo en medio. Pero revivió y se reencarnó en una nueva formación política que marca el pulso discursivo de la derecha y que en el Congreso no grita "¡todos en el suelo!", pero casi.

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Así es como hemos llegado a una presidenta de las Islas, Magda Prohens (PP), que ha derogado la ley de memoria haciendo mofa de la supuesta obsesión de las izquierdas con Franco. ¿Osesión? El problema es que las derechas no tengan ningún problema, ninguna obsesión con Franco. Que consideren que podemos descuidar el recuerdo de la barbarie. Y que no ocurra nada cuando en las manifestaciones sus militantes exhiben brazos alzados y banderas con el ratonero. Esto ya no es sólo olvido, es apología de la dictadura. Y por si a alguien no le queda claro, una dictadura es lo contrario a una democracia. Franco no dudaba: "Ahora se habla de democracia. Nosotros, los españoles, ya la hemos conocido. Y no nos dio resultado. Cuando otros van hacia la democracia, nosotros ya volvemos". Lo decía en 1947, terminada la Segunda Guerra Mundial. Tan tranquilo. Esperamos no tener que revivir ningún retorno autoritario, ni aquí ni en EEUU ni en ninguna parte.