1. Infantilismo. En momentos de efervescencia política como la actual, tanto en Catalunya como en España, fácilmente se pone de manifiesto la diferencia entre hacer política y jugar a hacer política, que suele ser el recurso de la impotencia. Entre el cálculo racional de los pasos a dar, de la distinción entre lo posible y lo deseable y de la optimización de las relaciones de fuerzas y la ligereza de los golpes de efecto para hacerse notar, pensados para hacer ruido y para acontentar a la feligresía (que en buena parte ya está de vuelta de muchas cosas y es consciente de donde estamos) hay una cierta distancia. Y jugar al voy y vengo, ahora sí pero ahora no, complicando la jugada a aquellos con los que has pactado, suele acabar mal. Una cosa es forzar una negociación (y si se hace bien puede tener premio), y otra cosa es hacerse el exigente más allá de lo razonable y marear la perdiz atrapado en la más ridícula de las opciones tácticas: cuanto peor, mejor. Hoy el gobierno español y sus socios pasarán esta prueba.

La amnistía ya está en la vía legislativa. Y es un gesto pacificador que ha provocado un descalabro en la escena política. Si se llegó hasta aquí es porque se supo hacer política, aprovechando las urgencias del PSOE para salvar la presidencia y capitalizando la respuesta ciudadana contra el tándem PP-Vox. La reacción que se ha desatado en el poderoso aparato mediático que acompaña a la derecha ha despertado la peor cara del PP, que se ha emparejado sin ningún escrúpulo con la extrema derecha, dándole un protagonismo que no había tenido desde el eclipse del franquismo. Esta estrategia, ¿hay que entenderla como un ataque de infantilismo de Feijóo, enrabietado por su fracaso, aunque de momento no haya hecho más que perjudicarlo (porque hizo posible, por reacción democrática, una mayoría alternativa)? ¿O es una estrategia calculada –con complicidades poderosas del poder del dinero y de los corporativismos estatales– para avanzar hacia el autoritarismo posdemocrático?

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El caso es que hoy el marco parlamentario está rotundamente dividido en dos partes. El tándem PP-Vox en un lado, y el resto en el otro. Partidos que movían en territorio de alternancia –como el PNV– han optado por el sentido común democrático y, como las demás caras de los nacionalismos periféricos, se han sumado a la banda izquierda. Es una mayoría precaria, lo sabemos desde el primer día. ¿Qué les junta? La reacción contra la radicalización de la derecha. En circunstancias normales el PNV se habría cobrado un precio razonable por facilitar la elección a quien había llegado primero (Feijóo) y, en general, habría habido la permeabilidad fronteriza.

2. Límites. Se estrena la nueva mayoría y algunos, Junts y un Podemos a la deriva, parecen decididos a hacerse notar desde el principio. ¿Es política regalar un éxito a la derecha en la primera oportunidad o es más bien esa necesidad de hacerse notar que es solo prueba de debilidad? ¿Acaban de hacer presidente a Sánchez y quieren ya abrir la primera rendija? ¿Para conseguir qué? La exigencia es buena si se sabe negociar, lo que significa buscar el punto de equilibrio posible. La política genera fácilmente egos desbordados, personas que acaban creyendo al personaje, desdoblándose de alguna manera. Y el resultado lo hemos visto infinitas veces: acaba perdiéndose el mundo de vista. A menudo, y afortunadamente, la cosa no va más allá del ridículo, pero todos sabemos los desastres provocados por la pérdida de la noción de límites.

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¿Qué se gana realmente poniendo en dificultad a la mayoría desde la primera oportunidad? ¿Notoriedad? El poder es miedoso y si se ve amenazado se repliega. Más vale estirar una oportunidad que ponerla en duda desde el principio. ¿Desconfianza? Es legítima. Para eso está el juego de la negociación y la palabra. ¿Qué pasa, que Junts se ve a la baja y teme que todo episodio acabe beneficiando a sus socios competidores? La psicopatología de las pequeñas diferencias explica mucho en política. Para ciertas mentalidades, el vecino es el peor enemigo. Aunque no puedas prescindir de ellos. En cualquier caso, sea Podemos, sea Junts, sería patético estrenar la nueva mayoría con un regalo a la derecha y sus acompañantes. A ver qué ocurre hoy.