Jesús puede nacer dentro de una copa

Un trabajador sirviendo un cóctel en la coctelería Paradiso, la mejor coctelería de hace dos ediciones.
21/12/2025
Periodista y escritor
3 min

Los hombres ríen sincronizados con los dados de hielo de las copas. Remueven. Hay suerte. Sale un número ganador: ¡otra! Vuelven a reír, vuelven a beber. Es aquella semana antes de Navidad, cuando la Navidad es como la tormenta calamitosa que debe venir irremediablemente, y todo el mundo se prepara, con escafandra y artefactos defensivos de fiesta antes de tiempo. ¡Salud!

Cuento. Llevan tres whiskys cortos por labio. Y ya tienen conversaciones de letanía de testamento de notario. Es larga la copa y corta la vida. El trago furtivo tenía que llegar. Uno saca la cartera, descubriendo un billete de la rifa, y toca lo de estos días próximos. El hielo se arrodilla. Y dejan de reír.

Los tres comienzan por un orden alfabético carambola unas presentaciones de balbuceos, temblores infantiles. Lo de salir delante de toda la clase a hablar. Esa debilidad de nyigui-nyogui de un cuerpo lleno de nervios, inseguridad, miedo, pánico.

El primero se come las palabras explicando que será como cada año desde hace muchos años. Los hijos no vienen, él tampoco va. Y los nietos ya hace tiempo que ni los huele al plato. Se pican, eso sí, para desearse feliz Navidad y Año Nuevo y Reyes, y… ya está. Antes de comer. La llamada burocrática. Sí, no, a veces, quizás, mmm, psee… Liquidado. Al final todo era llenar un formulario que no dice la verdad.

El segundo repite, tartamudo, copa de soledad. La mujer muerta. Los chicos ausentes. Y él de cuerpo presente en la mesa-ataúd vacía. Navidad, el día, los días, deben pasar lo más rápido posible. Les acelera (re)mirando películas de otras épocas que le obligan a ver si es verdad, si es cierto, que vivió otra Navidad. La ficción también puede ser el certificado de defunción de la realidad.

El tercero tosa perdón. Tendrá la casa llena, aliviada: los hijos, los nietos, los novios, el hermano de él, la tía lejana de ella… No puede ni contarlos. Ni lo sabe. No recuerda ni con quién habla, ni con quién dice qué, cómo, por qué... Todas las horas dentro de una botella de cava, o dos, o tres... Pero pasa y se marcha. Somos bebidos. La copa vacía y el silencio del cristal. ¿Otra?

La vida puede decidirla una copa. "Xatos, chatos, chatos –brinda–. Os recojo en Navidad. Os recojo y venid a casa con todos nosotros". Un "os recojo" repitiéndose, cayendo los cubitos, de nevada inesperada. El tercero anuncia que hará de taxista de la orfandad del primero y el segundo. Ponga a un hombre solo en la mesa. Decidido, venid. No dicen nada. Y está ese momento epifánico. Hay novedad, hay noticia, nacimiento. Lo establecía puede ser un bar. Y Jesús puede nacer dentro de una copa.

Pasa a Barcelona, ​​ciudad de escombros y de estrella. Pasa al camino fugaz del hielo deshecho: "¡Un camino! / ¡Qué más corta de decir! / ¡Qué más larga de seguir! / ¡Qué sonido vulgar y extraño! / ¡Un camino!... / ¡Qué sentida de pena y sufrir, / qué promesa de calma y de ganancia! / Un camino! / o para saber se ponía a andar… / Caminos, serpientes de encantaría, / que hizo amable el haz / del que se quiere librar de sí mismo, / de la propia tristeza solitaria, / y quiere buscar otra sonrisa, / otra sangre u otro grito, / y hasta otro mundo más ennegrecido / para poder vivir! El milagro, el milagro es siempre el nacimiento de las personas.

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