Gaza, la herida que se hereda
Los genocidios dejan una impronta profunda en la historia de la humanidad. No solo se trata de que se mate a personas, sino que también dejan heridas psicológicas profundas que se transmiten de generación en generación –la palabra trauma proviene del griego y significa herida–. Es lo que ocurrirá con los nietos y nietas de las personas que sobrevivirán al exterminio de Gaza. Aunque no hayan visto una sola bomba, estos niños llevarán en su interior una carga emocional y psicológica heredada. Esta carga de dolor de generaciones anteriores es lo que se conoce como trauma transgeneracional y hace referencia a la transmisión del dolor, el miedo, la desconexión emocional y otras secuelas psicológicas de los eventos traumáticos a la descendencia. Por tanto, la sombra de la matanza inhumana de hoy sobre los palestinos, este pueblo la cargará durante generaciones y generaciones.
La historia nos pone ante una paradoja, y es que este concepto empezó a estudiarse en los años sesenta, a partir de descendientes de supervivientes del Holocausto. A partir de judíos criados por padres y madres rotos por el dolor, entre silencios atronadores que les generaron sentimientos de ansiedad, culpa o miedo, sin saber bien de dónde venía todo aquello. Como decía Helen Epstein, hija de supervivientes: "Cargábamos recuerdos que no habíamos ni vivido".
Así pues, los traumas no elaborados y de alto impacto pueden ser heredados de forma inconsciente, a través de mecanismos como el silencio familiar, la sobreprotección o la repetición inconsciente de patrones de conducta y emociones. La mayoría de la población palestina que hoy sufre este genocidio son hijos e hijas de refugiados. Descendientes de un pueblo que acumula una realidad de pérdida, exilio y violencia, lo que puede hacer aún más profundas y complejas las heridas del futuro.
Según Save the Children (2024), el 86% de los niños de Gaza muestra signos graves de trauma –como mutismo, enuresis, ataques de ansiedad y trastornos del sueño–. Y esto es solo la punta del iceberg. Varios estudios ya están apuntando a efectos de los traumas psicológicos y se ha concluido que incluso pueden dejar marcas en la expresión genética (epigenética), porque el miedo, el sufrimiento, el dolor o la pérdida vividos por una generación pueden afectar al cerebro y al cuerpo de la siguiente. Según algunas investigaciones, los descendientes de víctimas de genocidios comparten algunos síntomas, como la dificultad para confiar, la hipervigilancia, las relaciones afectivas complicadas, la baja autoestima…
En Gaza el problema se intensifica porque el trauma todavía no se ha convertido en pasado: está presente y este pueblo todavía sufre matanzas, ocupación, desplazamiento y ataques y es víctima de la impunidad. Por eso los procesos de duelo y de reparación son imposibles: lo serán hasta que la violencia no se detenga.
Cuando sea posible, habrá que estar pendiente y romper la cadena del trauma transgeneracional: no es fácil pero es imprescindible. Habrá que escuchar, recordar, reconocer para reparar y dignificar sus vidas y su historia. Esto solo puede ocurrir cuando el sufrimiento deje de repetirse todos los días.