De Gaza a Irán: Israel impone su relato

En los últimos días, los titulares internacionales han empezado a dedicar menos espacio a Gaza. Las imágenes del genocidio en curso están siendo desplazadas por mapas que apuntan a Irán, como ya ocurrió en el pasado con Siria o Líbano. En los relatos dominantes, el foco ya no está en la eliminación sistemática del pueblo palestino, sino en la escalada entre Israel y los suyos enemigos regionales. El guión es familiar: Israel actúa, otro actor responde y la escalada se presenta como un intercambio de agresiones entre estados. La pregunta que nunca se formula es quién ha decidido ese encuadre.

Los recientes ataques israelíes en territorio iraní –dirigidos no sólo contra infraestructuras militares, sino también contra personas concretas y, en algunos casos, sus familias– han sido descritos como parte de una respuesta, uno golpe preventivo o una escalada regional.Muchos titulares no mencionan a Gaza. proyectar la política de eliminación más allá de Palestina, sin permitir que se teja una continuidad entre Gaza, Nablus, Damasco, Teherán o Bagdad.

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Pero esta legitimidad se construye sobre una elisión. Iraq, las operaciones encubiertas en Yemen y los asesinatos en Irán no buscan sólo responder a amenazas puntuales, sino sostener una doctrina estratégica de supremacía regional. vender armas y otros instrumentos testados en combate.

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El problema no es sólo el silencio sobre Gaza, sino el marco que permite. Definir la situación como escalada regional borra la asimetría radical entre una potencia ocupante, dotada del aparato militar más sofisticado de la región, además de bombas nucleares, y las poblaciones sometidas a su violencia estructural. Vuelve a presentar Israel como parte de una disputa entre iguales, y no como lo que es: un poder colonial en expansión.

Esta estrategia de encuadre tiene una dimensión discursiva central. Presentar los ataques como intercambios, o como parte de una lógica de disuasión mutua, normaliza la violencia israelí y despolitiza el exterminio. No es casualidad que los asesinatos de dirigentes palestinos se reporten como "impactos colaterales", mientras cualquier cohete lanzado desde el sur del Líbano abre portadas con la palabra "amenaza".

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Ante este relato, es necesario restablecer la continuidad. Recuerde que los ataques a Irán no pueden desvincularse de la guerra total en Gaza. Que la violencia israelí no responde a amenazas aisladas, sino a una doctrina de supremacía regional y de confrontación permanente, que instrumentaliza la noción de defensa para despolitizar la de agresión. Y que esta doctrina está profundamente arraigada al colonialismo y al racismo estructural sobre el que se construyó el estado israelí.

El peligro de aceptar el marco del conflicto regional no es sólo narrativo. Tiene consecuencias materiales. Mientras se mantiene el foco en disputas estatales, el genocidio sigue sin interrupción ni presión internacional necesariamente real. En esta distracción calculada, Israel encuentra espacio para seguir eliminando vidas, estructuras y memorias, y para ello con la legitimidad que le otorga un relato que le presenta como actor reactivo, no como agresor sistemático.

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Romper con esta narrativa es, hoy, una urgencia política. No porque no haya una dimensión regional en la política israelí, sino porque sólo puede entenderse si se parte del hecho colonial que lo origina. Gaza no es un capítulo cerrado. Es la clave para entenderlo todo.