Gaza: el 'reset' diplomático de Occidente
El asalto terrorista desde Gaza del pasado 7 de octubre es para Israel el equivalente al 11 de septiembre del 2001 para Estados Unidos. El símil sirve de advertencia al gobierno israelí: una reacción que castiga a poblaciones enteras solo traerá más sufrimiento, desastres como los de Afganistán e Irak. El 11-S dio paso a una fijación de Washington con unos regímenes políticos –el célebre eje del mal: Irán, Irak y Corea del Norte– para los que no cabría respeto ni reconocimiento. La crisis de Gaza, que tiene lugar en un mundo polarizado y con el poder mucho más repartido, pone de manifiesto la necesidad de abandonar esta práctica y volver a una diplomacia más inclusiva. Occidente se juega quedarse cada vez más solo en el escenario global.
Dos decenios después del 11-S, aún crece la lista de países para los que la única opción aceptable para Washington es el cambio de régimen: Cuba, Siria, Venezuela, Bielorrusia, el régimen talibán en Afganistán, las juntas golpistas de Myanmar, Mali, Níger, e ir sumando. La Unión Europea, con algunas diferencias, está en posiciones similares, no tanto por seguidismo como por convicción propia. La invasión y anexión parcial de Ucrania abrió un nuevo capítulo, en el que una gran potencia regional como Rusia se ha convertido en enemigo declarado, y China es vista con cada vez más reticencia.
La insistencia de los occidentales en reclamar a los países del Sur Global el ostracismo de regímenes vecinos y un alineamiento total contra Rusia incomoda cada vez en más a cancillerías asiáticas, árabes, latinoamericanas y africanas. Día a día más exigentes y excluyentes, las naciones occidentales y sus aliados en el Pacífico (como Australia y Japón) van quedando aislados en un mundo multipolar y dividido. Por eso, aparte de los imperativos morales y normativos, y de la propia presión de la opinión pública, con la crisis de Gaza el bloque occidental no puede permitirse un alineamiento total con Israel. Joe Biden se ha encontrado en Oriente Medio con una cumbre cancelada por los estados árabes más amistosos, una señal inconfundible del declive.
Declaraciones iniciales de solidaridad incondicional de dirigentes como Joe Biden y Ursula von der Leyen han dado paso a mediaciones, acciones compensatorias y demandas de contención al gobierno israelí. Obliga a ello el riesgo de un baño de sangre aún mayor y de un conflicto regional a gran escala. La geopolítica también empuja en esta dirección: Occidente no puede seguir ensanchando la brecha con el Sur Global, ni dejar en la estacada a los estados árabes que, a instancia sobre todo de Washington, han establecido relaciones con Israel. Después de meses reclamando respeto por el derecho internacional en Ucrania, no puede ponerse de perfil ante las acciones israelíes.
La acusación de la doble moral, más presente que nunca por el contraste con la firmeza exhibida ante Rusia, es letal para una diplomacia occidental que había dejado sin levantar la voz que los acuerdos y compromisos en Oriente Medio quedaran en papel mojado. Harían bien las capitales occidentales en aprender del fracaso de años de política de exclusión sin matices, recordando que con esta disciplina autoimpuesta ellos también salen perdiendo.
En tiempos de un gobierno israelí más radicalizado que nunca, espoleado por un ataque sin precedentes de una crueldad estremecedora, un tiempo también de debilidad máxima de la Autoridad Nacional Palestina y radicalización extrema de Hamás, Washington y las capitales europeas tendrán que volver a la diplomacia con modestia, equilibrio y perseverancia. Deberán apoyar iniciativas de actores regionales, como Turquía o Egipto. Habrá que hablar también con China, que con la mediación entre Arabia Saudí e Irán se ha ganado un puesto en el tablero regional. Tocará comunicarse, aunque sea por interposición, con regímenes considerados hostiles, como Rusia, Irán o Siria, y abandonar el objetivo de cambiar sus gobiernos. Aunque ahora mismo parezca impensable –y sin subestimar la gravedad del ataque que ha sufrido Israel–, en algún momento los sectores palestinos que han apoyado los ataques, o incluso los han impulsado, tendrán que encontrar un lugar en la mesa de negociación.
Es demasiado temprano para imaginar una gran solución duradera, pero es momento de negociación y diálogo entre muchos actores. La crisis de Gaza exige un cambio en la forma de conducir relaciones diplomáticas por parte del bloque occidental. Aparcar la estrategia de exclusión y no reconocimiento no solo servirá para desempeñar un papel más efectivo en Oriente Medio, sino también para mantener e, incluso, recuperar influencia en un mundo que ya hace tiempo que no gira en torno a Europa y Estados Unidos.