Gena Rowlands, elegancia frente a los miedos

Ha muerto Gena Rowlands a causa del alzhéimer, una enfermedad que ella conocía bien. La sufrió su madre, la también actriz Lady Rowlands, lo que le permitió construir el personaje de una mujer enferma de Alzheimer en la película El cuaderno de Noah, dirigida por su hijo Nick Cassavetes: la relación de Gena Rowlands con el alzheimer fue cercana, dura, agridulce y un punto sarcástica, como muchos de los personajes que interpretó en sus películas. Junto a su marido, el director John Cassavetes, formaron también una pareja artística que dio algunas de las películas americanas más importantes de finales de los años sesenta, de toda la década de los setenta y primeros años ochenta: Una mujer ofuscada, Noche de estreno, Gloria, Love streams, o, naturalmente, Haces, la película seminal del cine independiente americano tal y como aún lo conocemos en sus características más definitorias. Alrededor de Rowlands y Cassavetes se movió una bonita troupe de intérpretes de alta categoría, como Peter Falk (que después se hizo célebre en televisión con la serie del teniente Colombo), Lynn Carlin, John Marley o Ben Gazzara, macarra eterno. Y por supuesto, por ahí alrededor se movían otros grandes cineastas como Peter Bogdanovich o Sidney Lumet, habitantes del mismo paisaje estético.

Todos formaban una verdadera constelación de talento, pero Gena Rowlands siempre sobresalió por la capacidad que tenía de dar a sus interpretaciones una verdad superior, un sello autoral que definía a sus personajes y los convertía, como suele decirse, en icónicos. Transmitía como nadie la tristeza y el gozo, la incertidumbre y la fragilidad ya su vez la determinación y la fuerza de espíritu, la conciencia de la fugacidad de la vida humana, las emociones contradictorias que esa conciencia comporta.

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En las actuaciones de Rowlands, los sentimientos y los pensamientos dan la impresión de quedar a la vista, tan sencillo y tan difícil como eso. El día de la noticia de su muerte miré Otra mujer, de Woody Allen, un filme que vi hará treinta años y que ahora me gustó mucho más, o quizá debería decir que sencillamente fui capaz de entenderlo mejor. El recital que hace Gena Rowlands, eliminando las capas de protección de su personaje (una mujer en una madurez supuestamente espléndida) hasta dejarlo al descubierto, pero también abrigado por una incuestionable dignidad, es admirable. Como el de Marcello Mastroianni y Maria Schell en Las noches blancas de Visconti, por poner otro ejemplo que puede parecer lejano, pero que no lo es tanto. Al fin y al cabo, detrás de todo, de una u otra forma, siempre está Dostoyevski.

El arte –escrito, musicado, filmado, interpretado con el cuerpo– puede entenderse y definirse de mil maneras, pero algunas de ellas tienen que ver con la voluntad de dar una belleza serena a la contemplación de los miedos humanos. Éste fue el caso de Gena Rowlands, y por eso la de su muerte es una noticia que nos importa más que tantas otras.