Más allá de impulsar las escenas de vergüenza que hace días que vemos en las calles (brazos levantados, muñecas hinchables, insultos machistas, vivas a Franco), lo grave que ha hecho el PP es alimentar las dudas sobre la validez democrática del gobierno que saldrá como consecuencia de la investidura de Pedro Sánchez.
Durante la anterior legislatura, el PP se dedicó a poner en cuestión la legitimidad de un gobierno en minoría que se aguantaba en los acuerdos con otras formaciones, particularmente con ERC y el PNV. Poner en entredicho la legitimidad de un gobierno que es perfectamente democrático es ya un acto de irresponsabilidad grave por parte de quien debería ser el primer interesado en no ensuciar ni crear dudas sobre los mecanismos básicos de la democracia parlamentaria. Pero el comportamiento que tiene ahora el PP es aún más indecente. Varios dirigentes del que sigue siendo el primer partido de España, el supuesto eje de la centralidad, han dicho y repetido que este gobierno (y la ley de amnistía) no solo son ilegítimos, sino también una dictadura, un golpe de estado, es decir, ilegales, anticonstitucionales, y basados en un fraude electoral, puesto que supuestamente el PP era el ganador de las elecciones generales y se le habría robado, con malas artes, la gobernación.
El gobierno que presidirá Pedro Sánchez será perfectamente legítimo y legal, y no es fruto de ningún fraude electoral, sino de la capacidad de establecer unos acuerdos que hasta ahora (y esta es la parte más interesante) eran inéditos en la democracia española. Unos acuerdos que son bien recibidos, también, por la opinión internacional, como reflejan medios de referencia como The Economist, The Finantial Times o The Guardian. En buena medida, curiosamente, estos acuerdos habrán sido favorecidos —aunque sea involuntariamente— por el PP: en su obsesión por competir contra la extrema derecha, los de Feijóo se han encerrado en un ultranacionalismo que les impide entenderse con nadie que no sea Vox. La relevancia histórica del nuevo gobierno de España es que integrará, por primera vez, a todos aquellos que durante muchas décadas, en dictadura pero también en democracia, han sido el blanco de los ataques de la derecha ultranacionalista: izquierda, feministas, homosexuales, ecologistas, vascos y, naturalmente, los siempre odiados catalanes, tanto de derecha como de izquierda. Las dos Españas de Machado siguen vivas, pero por primera vez se reúnen, bajo un mismo gobierno, todos los hijos repudiados de la Castilla miserable, dominadora, que el poeta describía en sus versos. Quienes siempre han mandado se resisten con gritos, insultos, mentiras, amenazas y, si no tienen nada más, pataletas de niño malcriado como el cambio expreso del reglamento del Senado. En cuanto a lo que ya es un tópico sobre Pedro Sánchez (su famosa capacidad de supervivencia), él mismo la explicaba en el último tuit que tiene colgado en su cuenta personal, donde hacía esta cita: “Albert Camus dijo una vez : «Mi generación aprendió que se puede tener razón y ser derrotado». Sánchez añadía: “Ahora, no basta con tener razón: hay que vencer”. Es un buen planteamiento.