Gran éXodo digital
Hacer que pare el ruido. Esa utopía, o una derivada similar, encabeza el éxodo de X (antes Twitter) que se ha precipitado tras la reciente victoria de Donald Trump. Millones de usuarios, que ya estaban descontentos con la plataforma desde que fue adquirida por Elon Musk, se han lanzado a explorar nuevas tierras virtuales. Bluesky es la alternativa preferida. Es comprensible: alejarse de la crispación, chuparse las heridas, intercambiar opiniones desde la calma. Pero también: no renunciar a la visibilidad virtual, ni al estímulo inmediato de los likes, en el bálsamo superficial para la soledad… ¿Y si fuéramos más ambiciosos?
El éXodo también ha acelerado un proceso más minoritario, menos palpable, que desde hace algún tiempo creo observar a mi alrededor. gran desconexión digital.Pertenezco a una generación que aprendió a hacer muchas cosas con internet: informarse, estudiar, jugar, ligar, construirse una identidad –o varias– veo cómo los fundamentos del mundo tal y como lo conocemos nativos digitales encuentran cierta resistencia interna.
Pocos se alejan de las redes, pero son cada vez más los que dicen que sueñan con hacerlo. Comprarse teléfonos ladrillos, criar sin pantallas o eliminar los perfiles de las redes sociales. El mito de la gran apagón gana adeptos. No se trata de llevar a cabo acciones reales contra el sistema, sino de desear que el sistema sea otro, que cambie él solo para poder vivir libres de internet sin vernos excluidos. La envergadura y el arraigo del paradigma digital son tan abrumadores que nos resignamos, sabemos que no desaparecerá aunque nosotros la abandonemos. Junto con la resignación, se pone de manifiesto una falta de creatividad preocupante, quizás consecuencia de nuestra mentalidad virtual.
Hito Steyerl, artista y teórica de la imagen, explica el empobrecimiento político en la era digital. Contrariamente a lo que se creyó inicialmente, la relación entre las redes sociales y los movimientos sociales no es tan eficaz ni favorable como se pronosticaba con las revueltas ciudadanas de la década de 2010. Aunque las protestas corrieron como la pólvora en chats, foros y plataformas, y sumaron cuerpos a las manifestaciones, a largo plazo internet no sólo no pudo sostener la acción directa, sino que en muchos casos dejó un paisaje social y político más erosionado. “Las redes sociales –afirma Steyerl– nos han llevado a un estado en el que formas tradicionales de organización política se han debilitado a favor de salidas aparatosas y efímeras en las calles, básicamente flashmobs, pero no han logrado constituirse en organizaciones coherentes y progresistas”.
Internet es inmediatez, no fondo. Lo sabemos. Hemos leído sobre los efectos perniciosos de las redes sociales en la salud mental, de cómo se ha resentido la prensa a causa del giro digital, de cómo se han desvirtuado nuestras relaciones. Sin embargo, ser conscientes de ello no parece traducirse en resolución. Por eso, el fenómeno que creo observar recientemente, este fantasear con una gran cruzada analógica, me llama la atención. No se trata de un acto militante, sino de una aspiración aplazada. hemos de abolirlas”) tanto como a un hartazgo (“me saca de quicio mirar a Instagram”). Ante la impotencia de no poder abordar el problema en su totalidad, la ficción aparece como un giro alternativo. El deber es sustituido por una declinación, uno dejar de orgánico, quimérico. Nuestra voluntad política se forja en un ojalá: el espejismo de una vida sin internet aparece como el único horizonte o semilla de un orden distinto para las cosas.
Los espejismos tienen muchas desventajas y alguna virtud. Por ejemplo, plantean preguntas pertinentes. Si el fin del mundo virtual dejara de habitar únicamente el reino de la fantasía y cruzara el precario puente hacia la realidad, ¿qué forma tendría? ¿A quién beneficiaría? ¿Sería un movimiento democrático o atravesado por privilegios? ¿Quién podría permitirse desconectar? ¿Quién puede permitírselo hoy? ¿Acaso no existe una relación entre la precariedad y el uso de internet y las redes? La ilustradora freelance que cuelga diseños en Instagram, la teleoperadora que actualiza su búsqueda en InfoJobs, la cuidadora que atiende a WhatsApp en la madrugada... Quizás, al fin y al cabo, la gran evasión digital es una metáfora, un recurso retórico para hablar de otra cosa . Quizás el valor de esta fantasía no es materializarse, sino convertirse en una vara para medir la realidad.