De la guerra antitrans a la 'pax trans'
Nos llenaba la esperanza aquel 4 de mayo de 2017 a la salida del registro del Congreso de los Diputados. La primera proposición de ley integral trans y LGTBI empezaba el trámite parlamentario. Como todas las demás, mi contribución, modesta, de la mano de la jurista Laia Serra, reflejaba nuestra resistencia contra los fascismos y las inercias sexistas de la sociedad. Hacía sol y nos sentíamos fuertes. Ay. Poco pensábamos que harían falta casi seis años y otras seis proposiciones para verla aprobada. Y, más sangrante aún, ¡que los peores ataques vendrían de un sector del feminismo que habría comprado el discurso del miedo!
¡Y a la séptima, por fin, tenemos ley! Pero hoy, además de la alegría, nos llena el agotamiento, compartido con los feminismos y toda la sociedad, y un punto de estrés postraumático que nos hace dudar de que sí, que tenemos la ley que hace respetar el derecho a la autodeterminación de género, es decir, la libertad de cada persona de elegir desde dónde le marcará la vida el género. Y las bases jurídicas son nada menos que el Convenio Europeo de Derechos Humanos y las jurisprudencias del Constitucional, el Supremo y el TEDH. Hoy hace frío, hemos sufrido mucho, pero ya tenemos ley y es sólida.
¿Y cómo nos afectará esta nueva legalidad? El discurso del miedo ha sido tan intenso que será fascinante comprobar la realidad del apocalipsis trans que tanto se ha predicho y publicado. ¿Provocará la ley una ola de violencia machista? ¿Se unirán los “lobbies trans” y farmacéutico para medicalizar la infancia? ¿Se borrarán a las mujeres? ¿Serán los podios deportivos, las cárceles e incluso los lavabos nuevos escenarios de la guerra de géneros?
Os reto a recordar esos miedos dentro de tres o cinco años. Mientras, la experiencia de la quincena de países que ya han reconocido el derecho a la autodeterminación de género y las recientes muertes de Sandra, una mujer trans de Barcelona, y de Iván, un chico trans de Sallent, por violencia machista y bullying transfóbico, respectivamente, hacen pensar en escenarios muy diferentes, donde las personas trans seguiremos en el fondo de la escala social. Una sola ley no detiene la secular inercia del género, como lamentamos con las leyes contra el machismo. La igualdad de las personas trans con las cis es legal pero no es real.
Y aun así, cambiaremos. La sociedad va a cambiar. Pronostico que veremos vidas distintas, más visibles a raíz de estas nuevas libertades. Vidas nuevas y más libres que se abrirán camino a pesar de la discriminación y que harán más libres a toda la sociedad. Desde una euforia durísimamente ganada y no de la disforia que nos diagnostican, pronostico que lentamente las personas cis aprenderéis cada vez más de las trans, y que entre todas nos haremos mejores. Retadme a recordar en tres o cinco años también esta esperanza, lo acepto.
Entonces, terminada la guerra anti-trans, ¿empezará la pax trans? Depende de cómo la definamos. Pero para alcanzar la pax de esta visión hay mucho trabajo por hacer. En mi opinión, hay cuatro tareas fundamentales. Una es el cumplimiento estricto de la ley y otra es, una vez reposadas la ley y las personas, luchar por una nueva para incluir a quien ha quedado excluida: muchas personas migrantes, las no binarias y la infancia. Y también para establecer las políticas activas que han quedado poco claras en los diferentes ámbitos donde seguro seguiremos discriminadas en un futuro: laboral, vivienda, educación o salud, entre otros.
La tercera tarea apunta íntimamente a las propias personas trans. Hay que trabajar, aun más, para vencer al cánon de género. Ser libres, desde una visión justa y feminista, es ganar el derecho al propio cuerpo y su modificación para reducir la violencia sobre nosotros y, a la vez, ganar el espacio social que creamos cuando transgredimos visiblemente el género normativo. Necesitamos, al mismo tiempo, cuerpos y cánones nuevos. En resumen, necesitamos aún más orgullo trans.
La última tarea es superar el marco trans. La ley y la lucha hará la etiqueta “trans”, ahora una losa, cada vez más ligera, pero sabemos que hay más etiquetas-losa. Nadie es sólo trans. Necesitamos que la posible mejora de nuestra vivencia trans no debilite las luchas hermanas en los ejes de clase, género, racialización, trabajo sexual o salud mental. En resumen, todavía necesitamos la furia trans que llevamos dentro.
Todo este trabajo por hacer no es nuevo, al contrario. Individualmente o desde los activismos las personas trans llevamos muchos años dejándonos la piel. Nuestras propias vidas de resistencia nos han llevado a muchas luchas y con ellas una visión de esperanza. Pero ahora, con una legalidad que reconoce la dignidad a la mayoría de nosotras, la tentación es especialmente intensa: ¿bajaremos los brazos, las protegidas por la ley? ¿Olvidaremos leyes futuras, nos amoldaremos al canon de género, diluiremos los derechos en otros ejes? ¿Será la nueva pax trans el preludio de nuestro requiescat in pace político y social, o un paso hacia la auténtica e inclusiva pax qui tollis peccata mundi?