Así se titulaba una de las imágenes más poderosas de la exposición Resistencia en la memoria: Visiones de Sudán, que visité hace pocos días en la galería Sura, en la magnífica librería Balqís de Madrid. Al observarla, me asaltó una mezcla de dolor y reconocimiento. el 15 de abril, hizo dos años desde el inicio del conflicto armado entre el ejército sudanés y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FSR). que, lejos de ser una guerra civil espontánea, ha sido alimentada por múltiples actores externos –entre ellos, y de forma muy destacada, los Emiratos Árabes Unidos–. La presentación, el pasado 10 de abril, de un caso por genocidio contra los Emiratos ante el Tribunal Internacional de Justicia por parte del gobierno sudanés marca un punto de inflexión. El texto de la demanda denuncia la implicación directa de Abu Dhabi en el apoyo militar y logístico a las FSR, incluido el suministro de armas, inteligencia y transporte.
Pero más allá de la dimensión geopolítica –crucial y denunciable–, lo que se ha perdido en Sudán no es sólo la paz. Se ha perdido una revolución. O quizás, mejor dicho, se ha perdido la oportunidad de consolidarla. Porque lo que ocurrió en el 2019 fue histórico: hombres y mujeres –en gran parte mujeres– tomaron las calles para exigir dignidad, justicia y un futuro diferente. Pese a la represión, el peso de las armas, la inercia de las élites militares y los intentos de injerencia extranjera, la ciudadanía sudanesa logró tumbar una dictadura de décadas. Durante un breve instante, Sudán fue símbolo de lo posible en un continente tantas veces silenciado.
Hoy este símbolo se ha roto, aunque no del todo. En medio del exilio, del hambre y del miedo, persiste una memoria activa, una forma de resistencia que habita en las imágenes, en las voces, en las familias divididas. La guerra ha desplazado a millones de personas, ha destruido comunidades y ha transformado en urgencia lo que antes era horizonte. Incluso si el ejército ganara la guerra, como se plantea hoy en algunos círculos diplomáticos, nada garantiza que la dignidad del pueblo se restaure.
La revolución sudanesa no ha desaparecido. Ha sido arrinconada, obligada a replegarse, transformada en memoria, en palabra, en archivo vivo. Mientras que los Emiratos Árabes Unidos se consolidan como potencia regional y Europa se encoge en su silencio, lo mínimo que podemos hacer es recordar que Sudán no es sólo una guerra ni una cifra. Es un pueblo que quiso vivir de otro modo. Y lo sigue queriendo.