¡Habla catalán!

El otro día estaba paseando con mi hijo de 22 meses por el Eixample. Le llamó la atención una papelería. En la puerta había un cartel que decía: "Aquí hablamos catalán. También castellano e inglés, pero el corazón nos canta cuando hablas la lengua de nuestra tierra". Pensé: ¡perfecto! Entré y saludé en catalán y... me contestaron en inglés.

Sí, tengo los ojos azules, el pelo rubio y la piel muy, muy blanca. Soy rusa–pero en Rusia no se habla inglés–. Y esa escena, aparentemente anecdótica, es un resumen de mi vida lingüística en Barcelona.

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Llegué a Catalunya en el 2013, después de realizar un máster en Madrid, donde llegué a hablar un castellano seguro y fluido. Cuando me trasladé a Barcelona, enseguida empecé cursos de catalán en el Consorcio para la Normalización Lingüística. Aparte de eso, veía películas y series, realizaba actividades e hice un año entero de club de lectura en catalán en una biblioteca. Hoy tengo un nivel de catalán, digamos, alto, entre el C1 y el C2. Lo entiendo todo, voy al teatro y veo monólogos de comedia en catalán. Pero a la hora de hablar no tengo mucha práctica. Y no por falta de voluntad. Habitualmente me encuentro con situaciones como la que he descrito en el primer párrafo de este texto: entro en un sitio, me miran y deciden qué lenguame encaja(normalmente, la que encuentran que mejor me encaja es el inglés).

En la gran mayoría de ocasiones, no hace falta que abra la boca. A veces, empezamos a hablar en catalán, pero esto sólo dura hasta que digo un castellanismo o cometo un error. Entonces llega el cambio al castellano o al inglés.

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Esto es muy propio de Barcelona–en Olot o en Girona no me hacen el cambio–.Entiendo que los barceloneses catalanohablantes quieran ser amables. Pero ser amable no es lo mismo que ser servil.

1.Cuando me hablan en inglés por mi aspecto físico–ojos claros, piel blanca, acento indefinido– me están etiquetando automáticamente como forastera. Y ese mismo filtro se aplica a personas de otras apariencias, a menudo con resultados aún menos agradables.

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2.No se puede aprender una lengua sin cometer errores. Y, sin embargo, en Cataluña, muchas personas dejan de intentar hablar catalán porque en cuanto se equivocan los cambian de lengua. Si quieres hablar catalán parece que tienes que hablarloperfectamente. Pero sin el error y sin la práctica, la perfección no es posible.

3.El catalán desaparece mientras los catalanohablantes tratan de adivinar en qué lengua se sentirá más cómoda esta forastera. Honestamente, no importa en qué lengua me siento más cómoda yo (el ruso), habla tu lengua, que es la del territorio. Yo me apaño.

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Mi propuesta es sencilla. Basta esperar. Esperar a que el otro–aunque sea muy extranjero–diga: "¿Podemos hablar en castellano?" o "Do you speak English?". Hasta que no llegue esta frase, hay que seguir hablando en catalán. Así se envía un mensaje muy claro: "Estás aquí. La lengua de la tierra es ésta. Y también puede ser la tuya".

Este gesto también puede ser una forma de resistencia a la turistificación: recordar que quien viene de fuera es el visitante, y que aquí existe una lengua propia. Si la gente que llega a Barcelona puede pasarse el día hablando inglés o castellano sin que nadie le hable en catalán, o espere a que hagan el mínimo esfuerzo de solicitar el cambio de la lengua, ¿qué motivación tendrán para aprenderla?

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Cada vez que intento hablar catalán en Barcelona con un catalanohablante y me responde en otra lengua una parte de mí se rompe. Porque el mensaje que recibo no es sólo lingüístico. Es identitario: "Tú no eres de aquí". Pero yo vivo aquí. Pago impuestos aquí. Crio a mi hijo aquí. Y quisiera oír que también pertenezco.

Así que, por favor, háblenos en catalán. También a nosotros, las extranjeras.