Sobre la humanidad, la ética y cómo sobrevivir

¿Cuál es nuestro nivel ético? Cuando digo “nuestro” me refiero al conjunto de la sociedad. Si quieren hacerse una idea razonablemente aproximada sobre nuestra ética colectiva, asómense un momento a Twitter. ¿Visto? Pues eso.

Ahora imaginen, como hipótesis, que el futuro de la especie humana dependiera de que todos nos comportáramos de forma compatible con la ética más básica. Es decir, que distinguiéramos el bien del mal y optáramos por el bien. O eso, o la catástrofe. La cosa pintaría mal, ¿no?

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Lamento informarles de que, hasta donde alcanzo a comprender, lo de antes no es una hipótesis. La supervivencia de la civilización como la conocemos depende de que nos portemos bien. Ay.

Retrocedo unos años, para explicarme. Yo empecé a utilizar Internet en 1994: a cambio de soportar los ruiditos del modem, los cortes de línea y la lentitud exasperante, tenías la posibilidad de visitar algunas páginas rudimentarias y ver porno. El número de usuarios en el mundo no llegaba a 30 millones. Sólo el 1% de la información se movía a través de Internet. Aún no existía Hotmail (1996), el primer servicio eficaz de correo electrónico.

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Hoy más de 5.000 millones de personas utilizan Internet. El 99% de la información (incluyendo lo que se refiere a su cuenta corriente bancaria) transita por Internet. El mundo es inconcebible sin Internet.

Ha sido un cambio rápido. El primer “smartphone”, el IPhone, apareció en 2007. Hoy casi todos tenemos uno.

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Ahora háganse a la idea de que ese cambio, el de Internet, fue lentísimo comparado con el próximo. Y, en comparación con el próximo, no cambió gran cosa.

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Hablo de la Inteligencia Artificial. Hay quien confunde esa revolución tecnológica con herramientas como ChatGPT, un simple “chatbox” (en realidad no tan simple porque en su creación participaron tipos como Bill Gates y Elon Musk) que maneja bien el lenguaje y ayuda en ciertas tareas. Como muchos otros, le he preguntado por mí al ChatGPT y me ha informado de que fui periodista y fallecí en 2019 (cosa que Hacienda debería tener en cuenta). Ese “chatbox” es capaz de escribir artículos sintácticamente decentes pero equivale a Internet en 1994: un balbuceo.

En esencia, la Inteligencia Artificial es una máquina capaz de aprenderlo todo. En cinco años, diez como máximo, habrá cambiado el mundo. Será el mejor abogado, el mejor periodista, el mejor médico, etcétera. Y sabrá cómo sobrevivir. Piensen en el “Hal 2000” de “2001, una odisea del espacio”, pero a lo bestia. No sólo acabará con muchos oficios y profesiones: si se le permite un desarrollo orgánico, acabará, por lógica, con individuos tan estúpidos como nosotros.

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No me crean a mí. Lean por ejemplo La ola que viene, de Mustafá Suleyman. El tal Suleyman no es un divulgador o un profeta apocalíptico. Es uno de los tres tipos que en una pequeña empresa, DeepMind, iniciaron el desarrollo de la IA que ahora utiliza Google. Suleyman implora que se establezcan límites universales a la IA y que se utilice de forma ética, porque de lo contrario, tras unos años de avances maravillosos en medicina y muchos otros campos (las máquinas dirigirán los servicios públicos y las empresas, podrán crear, o no, virus terroríficos, fabricarán órganos o seres vivos distintos combinando las letras que componen el ADN), llegará la catástrofe.

Aquí volvemos al principio, a la ética colectiva. ¿Seremos capaces de establecer límites a una tecnología omnipresente y omnipotente? ¿Seremos capaces de utilizarla para el bien y no para el mal? Suleyman dice que la IA plantea una “amenaza existencial”. Y resulta convincente.

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Creo que no podemos imaginar siquiera lo que significa una máquina capaz de aprender, que aprende más rápido cuanto más sabe a un ritmo muy superior al exponencial. “La apertura total a toda experimentación y desarrollo [en IA] es una receta directa para la catástrofe”, afirma Suleyman. Vale. ¿Es concebible que todos los científicos de todo el mundo, incluyendo los norcoreanos, realicen el alarde ético de renunciar a investigar, es decir, renunciar a preguntarse “¿y si…?” y probar a ver qué pasa?

Ahora mismo, en el balbuceo inicial, una sola empresa (NVIDIA) produce la mayoría de las unidades de procesamiento gráfico necesarias para el desarrollo de la IA. Se fabrican en un edificio de Taiwan, propiedad de la manufacturera TSMC, con herramientas de la sociedad holandesa ASML, la empresa tecnológica más importante de Europa. Con estas cuatro cañas se está creando algo parecido al concepto que los creyentes tienen de dios.