IA: ¿una competencia irracional?
No sabemos todavía muy bien lo que nos aportará la inteligencia artificial (IA) en el futuro. Pero la tecnología mejora rápidamente y ya está provocando dos fenómenos que no podíamos anticipar hace apenas tres años.
El primero es la sorprendente prolongación de la expansión económica en Estados Unidos a pesar de la fuerte subida de los tipos de interés entre 2022 y 2023. La inversión en centros de datos, plantas energéticas, chips y otros bienes asociados a la IA explica una parte muy importante del crecimiento del PIB estadounidense. El antiguo director del Consejo de Asesores de Economía de EEUU, Jason Furman, afirma que constituye un 92% del crecimiento de la demanda agregada de su país en la primera mitad de 2025.
El segundo fenómeno es la burbuja bursátil asociada a la IA. Las revalorizaciones de las cinco grandes compañías tecnológicas –Apple, Microsoft, Meta, Alphabet y Amazon– han empujado a la bolsa estadounidense a nuevos máximos este año, aunque el entorno geopolítico internacional es extremadamente incierto desde el inicio de la segunda presidencia de Trump. Como ocurre siempre con las burbujas, es imposible saber cuándo estallarán y qué parte del aumento de las cotizaciones tiene un fundamento sólido. ¿Las cotizaciones reflejan unas expectativas realistas de los beneficios que van a obtener estas grandes tecnológicas? ¿Obtendrán todas una alta rentabilidad o solo las que ganen la carrera?
Estamos, sin duda, ante una enloquecida carrera de inversión. Las empresas, y especialmente sus carismáticos dirigentes, buscan su Santo Grial: una tecnología que aporte inteligencia sobrehumana. Capaz de crear y dominar nuevos mercados, y de generar avances científicos primordiales para el progreso de la humanidad. Desde la curación del cáncer hasta la generación de energía de la nada. A veces parece que los humanos pensamos, una vez más, que es posible crear la máquina del movimiento perpetuo.
Una de las características más interesantes de esta carrera de inversión en IA es que Apple, una compañía tradicionalmente muy innovadora, está invirtiendo mucho menos que sus competidores. Una posible explicación es que sus dirigentes sean conscientes de que ya llegan tarde a la carrera. Las bajas prestaciones de su Siri son conocidas desde hace tiempo. Además, puede ser absolutamente racional que Apple prefiera ser un seguidor en esta tecnología, más que una empresa precursora. Es muy posible que crean que ganar la carrera puede acabar resultando una maldición que debilite a los ganadores. Esto puede ocurrir por dos razones.
La primera es que se invierta mucho más de lo necesario. Y la segunda que, una vez terminada la carrera, los beneficios obtenidos sean inferiores a los esperados. La probabilidad de que la inversión sea excesiva es alta. Las enormes cantidades que se están gastando en datos, capacidad de cálculo y energía se basan en la idea de que simplemente aumentando los recursos invertidos la calidad de la IA mejorará proporcionalmente. Para un economista, esto significa creer que la tecnología presenta unos rendimientos constantes a escala inacabables. La experiencia nos dice que esto no ocurre nunca. De hecho, la IA es muy potente, pero también tiene grandes carencias. Los modelos de última generación siguen cometiendo errores en problemas sencillos (como la paradoja de Will Rogers), y esto indica que el camino hacia la inteligencia sobrehumana no es solo una cuestión de aumentar la escala.
En cuanto a los beneficios, Apple es una empresa excelentemente ubicada para valorarlo. La compañía es extraordinariamente rentable, pero la fuente de sus beneficios no es una tecnología concreta sino haber creado un ecosistema propio, que integra productos y servicios muy avanzados tecnológicamente y es muy difícil de copiar para sus competidores. Quien gane la carrera de la IA deberá asegurarse de que la ventaja conseguida no es fácilmente erosionada. No será suficiente con llegar primero si los que vienen detrás te pueden imitar.
No es obvio, pues, que la feroz competencia inversora entre las grandes tecnológicas sea racional. En parte, se explica también por la rivalidad con China y las cuestiones de seguridad nacional. Y un factor adicional, nada despreciable, es la cuestión del orgullo. El puro deseo de ganar de los líderes de Silicon Valley. Un deseo que algunos calificarían de espíritu competitivo enfermizo. Como en el mito de Ícaro, los grandes magnates de la era de la IA corren el riesgo de creerse dioses y acercarse demasiado al Sol.