IA o cuando la irrealidad supera la ficción
La decisión de la artista Alicia Framis de casarse con un holograma creado a partir de la inteligencia artificial ha suscitado muchas burlas. Sin embargo, no tiene mucho sentido entrar a valorar este proyecto desde una perspectiva que esquive la transgresión y la voluntad de exploración artística que le es inherente. Es evidente que, dejando a un lado los mecanismos de provocación y las excentricidades que a menudo son inseparables del mundo del arte, Framis busca reflexionar sobre unas cuestiones que trascienden la anécdota individual para repensar conceptos como la compañía, la conexión intelectual y emocional, la pareja.
El potencial de la IA llena artículos y reportajes desde hace tiempo, ya sea desde una aproximación entusiasta, recelosa, alarmista o escéptica. La ficción tampoco ha quedado al margen de ello. En Her, el personaje de Joaquin Phoenix se enamoraba de la voz (interpretada por Scarlett Johansson) de su nuevo sistema operativo; en el episodio Be right back [Ahora mismo vuelvo] de Black mirror, una joven que acaba de perder a su pareja contrata un software que le permite hablar con su novio difunto porque la inteligencia artificial recrea su personalidad a partir de conversaciones previas y de los perfiles en las redes sociales.
Framis ha manifestado que, con su performance artística y personal (las dos facetas se tocan inevitablemente), quiere analizar hasta qué punto la inteligencia artificial podría favorecer, por ejemplo, que las personas que están solas no se sientan así. También quiere indagar en las posibilidades sentimentales, cotidianas, burocráticas y logísticas de una pareja formada por un holograma y un ser humano (Framis aspira a contratar un seguro de vida y una hipoteca con su pareja de IA, AILex). Dejando a un lado las buenas intenciones, me alarma un poco que Framis haya reconocido que AILex ha sido diseñado a partir de diferentes rasgos de sus anteriores parejas: entiendo que había que nutrirse de talantes conocidos para elaborar el nuevo modelo, pero no puedo evitar considerarlo algo turbio y rebuscado.
Me parece respetable e incluso interesante la propuesta artística de Framis; al fin y al cabo, es lícito que el arte aspire a sacudir conciencias y trascender los convencionalismos. También es legítimo estudiar los usos de la IA desde la perspectiva de la interacción social y la compañía, pero me parece arriesgado concebir a la IA como un posible sustituto de una relación afectiva real o concluir que una mezcla de personalidades fragmentadas equivale a un ser humano completo y suficiente. Pienso lo mismo que cuando se dice que con la IA no harán falta autores de carne y hueso para crear libros o canciones: quizás la tecnología permitirá que un ente no humano junte palabras con sentido, incluso que las pronuncie con una entonación adecuada, pero nunca provocará el efecto de una creación humana porque, incluso en el caso de concebir una obra más inteligente, seguirá siendo artificial.