La IA: ¿ralentizar o acelerar?
Las innovaciones tecnológicas que convencionalmente llamamos disruptivas lo son porque acaban afectando en profundidad a todos los sectores de la economía. Abaratan el uso de alguno input clave y de uso generalizado, como la electricidad, o inducen transformaciones drásticas en la forma de producir, como la digitalización o la inteligencia artificial (IA). El término disruptivoSin embargo, pone el acento sobre un hecho innegable: la economía no se adapta de repente y en todos sus aspectos a la nueva tecnología. Quizás porque sólo la experiencia de la práctica puede indicar cómo adaptarse, quizás porque la adaptación es costosa y toma tiempo, o quizás porque la toma de conciencia de la nueva realidad tecnológica no es inmediata. En cualquier caso, la nueva tecnología genera incertidumbre, crisis y momentos de sufrimiento. Pero, en mi opinión, si representa la posibilidad de una mejora económica sustancial acabará imponiéndose, ya sea por el impulso de las empresas, ya sea por las iniciativas de los gobiernos. Otra cosa es si las disrupciones ralentizarán o acelerarán el proceso de adaptación.
Los técnicos nos dirán si el gran apagón ha sido un ejemplo de disrupción ligada a la introducción de una nueva tecnología: la energía renovable. En su caso, el dilema será si ralentizar la adaptación (limitando el crecimiento de energía solar y eólica) o acelerarla (adaptando la red –hardware y software– a la recepción masiva de solar y eólica). Ojalá pueda ser la segunda.
Hoy me centraré en otra tecnología disruptiva, la IA. Al respecto le recomiendo el último libro de Sala i Martin. Para ser concreto, imagino cómo puede desarrollarse el proceso de adaptación a la proliferación de mentiras –fake news – en las redes sociales.
La propensión de base de los humanos es a otorgar credibilidad a lo que se lee o se ve. El escepticismo es un sentimiento muy común, pero derivado del aprendizaje. En el tema de las fake news una cuestión clave es si socialmente la reacción a nueva información está dominada por la credulidad o por el escepticismo. Si veo a mi vecino paseando un tigre –y no he consumido setas– tendré que creerlo. Si estuviera en fotografía y viviera mentalmente en la era en la que ésta –en contraste con el dibujo– era una tecnología que transmitía una imagen realmente vista por alguien, entonces de entrada me lo creería. Pero si, en cambio, ya estoy muy acostumbrado a la IA moderna, de entrada sereno escéptico. En la red, además, a todos nos importa cómo los demás interpretan los mensajes que nos afectan. La impresión sobre mí de una imagen en la red en la que hago una mala acción (o me muestra desnudo) será radicalmente distinta si los usuarios son escépticos –y yo sé que lo son– que si los usuarios son crédulos. Si el escepticismo es generalizado, el mensaje me va a resbalar.
Me parece casi evidente que es mejor un mundo donde todo el mundo utiliza las redes sociales con conciencia escéptica y no crédula. Una convicción: estamos transitando del régimen de credulidad general al escepticismo general. Esto es bueno, y si podemos acelerarlo, mejor.
Un régimen de escepticismo general no debería llevarnos, sin embargo, a un mundo donde la prevalencia de las mentiras anule el potencial de las redes. Es lógico pensar que los usuarios buscarán verdades y, por tanto, se fiarán de "entes acreditadores", cuyo propósito manifiesto es transmitir sólo verdades. Ahora bien: "manifiesto" no es lo mismo que "auténtico". Cuando el propósito manifiesto es auténtico, al ente acreditador le llamaré serio. Un Instituto de Estudios Avanzados en Creacionismo no sería serio.
El vigor de los acreditadores serios es esencial para disponer de una red que sea útil y, añado, promotora de la democracia. La razón por la que creo que el régimen escéptico es mejor que el crédulo, y la vía más rápida hacia la recuperación de una red útil, es porque los acreditadores serios lo tendrán más fácil si su tarea es acreditar la verdad que desacreditar las mentiras. Al fin y al cabo, tienen la verdad a su favor.
Encontraremos entes acreditadores serios entre universidades, organismos de investigación, academias o, last but not least, la mejor prensa. En EEUU, el papel que hoy tiene el New York Times es capital. Conviene preservar estas instituciones y que sean el máximo de independientes. Todo un reto económico que en el caso de la prensa es agudo y hace desear que la conciencia colectiva de su rol se traduzca en soporte económico. Si no, iremos vendidos.