En política, parece que hay momentos en los que no hay límites a la indecencia. El PP lleva tiempo verbalmente desbocado. La figura de Feijóo va a piñón fijo: ni ideas, ni propuestas, la descalificación permanente del adversario y los chistes generalmente sin gracia para desacreditarlo. Pero no podía creer que irían tan lejos como esta última semana. Miguel Tellado, empleado del partido para las labores de verbalismo salvaje, ha llevado al límite la desvergüenza –con la manifiesta complicidad de sus jefes– al utilizar los retratos de víctimas del terrorismo de ETA contra el gobierno. Un ejercicio inaudito de frivolidad, insensibilidad y miseria moral que ha provocado la justa indignación de los familiares y amigos y de buena parte de la ciudadanía. Todo vale en su lucha por el poder, incluso utilizar a los muertos. Y lo más grave es que no se ha oído entre ellos ni una voz que pidiera perdón o sientiese vergüenza. Y todo para encubrir una decisión suya que ahora quieren vendernos como un error involuntario: haber votado a favor de la ley que establece la posibilidad de que los años de cárcel cumplidos en prisiones extranjeras computaran con los que se han cumplido aquí.
Votan, detectan mal rollo entre los suyos, se quieren echar atrás, y montan un espectáculo desmedido, que provoca la lógica indignación de los familiares de las víctimas y de cualquier persona con sensibilidad. Utilizar a personas asesinadas para disimular una equivocación suya. Todos sabemos de dónde viene y de qué pie calza el PP, todos sabemos que las derechas europeas viven un giro autoritario sospechoso, conforme a una sintonía, que viene de Estados Unidos y de las redes sociales. Peter Thiel lo ha expresado así: "No creo que la libertad sea compatible con la democracia".
Todos sabemos también que las pulsiones nihilistas –la creencia de que no hay límites en política y de que todo está permitido– se están propagando a ritmos acelerados. Pero, sin embargo, cuesta entender que se puedan dar saltos tan desbocados como capitalizar obscenamente la imagen y la memoria de las víctimas para tapar un voto que dieron por bueno y del que ahora reniegan bajo presión de algunos sectores. Un miserable ejercicio que debería conducir a la destitución del autor, genuino representante de la miseria política, pero también a exigir responsabilidad a quienes lo han situado en primera línea de la indecencia. Y, sin embargo, ni pedirán perdón, ni destituirán a nadie. Hacer política sin memoria ni respeto. Desgraciadamente, no es una actitud ajena a los signos de los tiempos. ¿A dónde llegaremos? Defender la democracia exige luchar contra la ignominia y combatir la hegemonía del oro y la insolencia. Y el PP se abona a la infamia.