Inmigrantes lingüísticos

Heredó y empezó el problema. Hasta entonces la abogada y su cliente iban haciendo. Conversaciones telefónicas educadas. Esto y aquello. Papelazo puntual. Fácil. Todo en orden. Pero un día el cliente llama para realizar la consulta sobre una herencia familiar. Se abría la caja de la verdad. La abogada tuvo que pedir papeles. Y más papeles. La cosa no quedaba del todo clara. Podía ser esto, podía ser eso. Pero ella se fijó en un dato.

Curioso, ¿verdad? ¿Por qué hasta ahora ella no se había dado cuenta? Una abogada barcelonesa. Ni joven ni mayor. Formada por ser élite. Bueno, hablemos, pero ya me entiende. Clavada en Sigourney Weaver en Working girl. Superprofesional con pijismo nasal. Y, claro, encontró ese papel. ¿Cómo podía ser? Increíble. Miradlo. Su cliente es un hombre ya jubilado. Pequeño empresario. Vive en un pueblo del Pirineo. Siempre siempre habían hablado en catalán. De forma normal, natural. Pero ella encuentra su papel. Si se fija, su cliente, ese cliente anodino, corriente, adocenado, resulta que había nacido en un pueblo de Andalucía. Y de pequeño viene con su familia a Catalunya. Y la abogada, justo en ese momento, le pregunta: "¿Cómo es que tú que has nacido en tal pueblo andaluz hablas catalán?" Aquí está el tema.

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Esta historia real sólo puede existir ahora. Antes, no. Si la abogada se extraña es porque se ha escondido la verdad. Estamos ante un caso de injusticia y prevaricación de la realidad de Catalunya. Los tribunales de la inmoralidad, los estereotipos y las mentiras han dicho que esto no era así. Cualquier persona, de cualquier pueblo de Cataluña, sabe perfecta y científicamente que cuando llegaban a los pueblos las personas que venían de manta lugares de España aprendían catalán. Pero sólo por una razón. Por la realidad.

En un pueblo de quinientos, de mil, dos mil habitantes. Llegaban familias de 20, 30, 50 personas. Ésta es la suma y la resta. La cantidad es también la lengua. Aquí y en Kinshasa. El número quería decir que somos así y que lo que venía también podía serlo. Hemos olvidado que aquí las personas aprendían catalán sin inmersión lingística. El catalán era el aire. Hemos olvidado que las personas se adaptaban: todo el mundo habla catalán, pues yo también debo hablar catalán. Se llama sentido común. Se llama educación. Se llama progreso. El catalán era algo natural, ahora es artificial.

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Si va a los mismos pueblos la gran involución es que en las mismas calles ahora manda sonoramente el castellano. Y que aquellos catalanes, cuyos antepasados ​​veían llegar a gente que no hablaba catalán, pero lo acababa hablando, ahora incluso hablan castellano a sus hijos. Y por supuesto los que vienen de fuera. Y no hace falta decir nada porque está dicho todo. Porque la Barcelona cabezuda DF es una macrocefalia lingüísticamente perdida. Pura matemática: menos que le hablan más de lo que le hablan ni lo hablarán, ni quieren hablarlo. Cantidades. El sombrero mexicano de la Rambla ya no es un souvenir: es la realidad. Lo que ahora es un souvenir es el catalán. En Barcelona se vende de todo y sobre todo fuera, menos lo que era la lengua propia: el catalán. Cantidades.

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La gran batalla está en los pueblos. El toma y daca es de guerra nuclear. El futuro del catalán se está decidiendo ahí. En los pueblos pequeños: de decenas, de cientos, de algunos miles. Hoy los inmigrantes de ayer son los catalanohablantes de hoy. Hoy, aquel señor que vino de Andalucía a un pueblo del Pirineo y acaba hablando, naturalmente, catalán, somos los que siempre hemos vivido aquí y siempre hemos hablado catalán y ahora todo está en castellano. Hoy somos los que deberemos emigrar. Calcule. Haga números. Cantidades. Ésta es la herencia que ahora abrimos.