Insectos, humanos y monstruos
Casi todo el mundo sabe de qué va La metamorfosis. No hace falta haber leído el librito de Franz Kafka: la historia forma parte de la cultura popular. Igual que el adjetivo kafkiano, que según el diccionario se refiere a situaciones absurdas y angustiosas. Otra cosa es el significado de La metamorfosis. Ahí caben miles de interpretaciones.
Kafka podría referirse a sus problemas con la autoridad paterna. O a los conflictos de la adolescencia. O quizá con la metamorfosis de Gregorio encubría otra, más real, la de la hermana, Greta, que a lo largo del relato se adueña de la familia y se transforma en una joven hermosa y feliz. Hay interpretaciones freudianas (aunque a Kafka no le interesaban ni Sigmund Freud ni sus teorías), hay quien ve tras “La metamorfosis” la angustia de ser judío en una Europa central donde se expandía el antisemitismo (las hermanas de Kafka murieron asesinadas por los nazis) y hay también quien afirma, como su admirador Vladimir Nabokov, que no hay otro significado que el literal.
Varios amigos de Kafka contaron que les leía pasajes de sus obras entre carcajadas y que acababan riendo todos, lo que abonaría la teoría del absurdo. Algo bastante indiscutible es que, queriéndolo o no, Kafka fue un gran ilustrador literario del expresionismo y del existencialismo.
Vayamos a lo esencial: Gregorio Samsa despierta una mañana convertido en un “monstruoso insecto” con un “vientre convexo y oscuro” y “numerosas patas” que se agitan “sin concierto”. Aunque no se especifica, damos por supuesto que las numerosas patas son seis, como corresponde a un insecto canónico. Un coleóptero, en concreto. Más o menos un escarabajo.
El relato, evidentemente, no habría sido el mismo si Gregorio Samsa hubiera despertado como un perro pastor, una cacatúa o una merluza. El nuevo cuerpo de Gregorio debía inspirar horror. Y para conseguir tal efecto no hay nada como un insecto gigante. Por algo está tan extendida la entomofobia.
Supongo que han tenido noticia de la plaga de chinches que afecta a las principales ciudades francesas y empieza a extenderse por Europa. No se trata de ningún fenómeno apocalíptico: siempre ha habido chinches en todas partes y no se trata de animales especialmente peligrosos, porque, a diferencia de otros insectos, no transmite, salvo casos excepcionales, ninguna enfermedad. Parece que ahora, con el aumento de las temperaturas y con el frenesí viajero, los chinches viven una época de bonanza.
Pueden ser una grave molestia. Acaba de llamarme una amiga desde Londres para contarme que duerme con su marido y su hijo en un pequeño altillo, meticulosamente desinfectado (como ellos cada noche), a la espera de que una empresa especializada libre su casa de chinches.
Pero el chinche posee una notable capacidad para inspirar un cierto horror. El diario Le Parisien habló de él, en un titular, como “el vampiro bajo las sábanas”. Algún diario español ha copiado la expresión. Piénsenlo: un vampiro oculto bajo nuestras sábanas, a la espera de chupar nuestra sangre. Qué regalo para el sensacionalismo.
Resulta secundario que el chinche, del tamaño de una semilla y de color rojo oscuro, tenga una vida mucho más convencional que la de otros insectos “vampiros” a los que estamos habituados, como los mosquitos. El mosquito macho muere después de la cópula, bastante brutal; las hembras, en cambio, sobreviven y necesitan chupar sangre para lograr la ovogénesis y la reproducción. Es decir, que cuando nos pican nos obligan a participar en su ciclo sexual. Ni lo sabemos ni nos importa: el mosquito es interclasista.
En cambio, el chinche se relaciona con la suciedad y la pobreza. Dicho de forma distinta, se relaciona con los otros, la gente abstracta e indeseable que nos cerca. Pocos animales simbolizan de forma tan adecuada nuestros fantasmas sobre la inmigración y la presunta degradación de nuestras sociedades.
No se sorprenderán de que en Francia hayan surgido complejas teorías conspirativas sobre el origen de la plaga, si es que se puede llamar así al fenómeno. Imaginen por un momento lo que podemos inventar, en un país bastante propenso a las paranoias como el nuestro, si el asunto adquiere en nuestras ciudades el nivel de psicosis colectiva que ha alcanzado en, por ejemplo, París.
Yo creo que La metamorfosis de Kafka, escrita en 1912, es simplemente un relato excepcional y, secundariamente, una parábola de la que es posible extraer innumerables significados. La proliferación de chinches puede ser tomada también como parábola de lo que queramos y ayudar a distraernos del auténtico horror, el humano. Gaza, Israel, Ucrania.