Insisto: inmigración o estado del bienestar

Hace cuatro semanas publiqué un artículo en el que ponía de manifiesto que la inmigración poco remunerada –la que atraen nuestro turismo, nuestra agricultura y nuestros servicios de atención personal– socava el estado del bienestar, dado que los impuestos y contribuciones sociales que estas personas soportan son inferiores al coste de los servicios que recibirán a lo largo de su vida.

Ese artículo me ha suscitado varios comentarios, de los que hoy querría destacar dos. El primero me critica que ponga el énfasis en el inmigrante y no en el salario que cobra. El segundo sostiene que la inmigración es un negocio para la sociedad receptora cuando incluimos en la ecuación a los hijos de los inmigrantes, porque son más y porque pueden ser más productivos. Las respondo sucesivamente.

Cargando
No hay anuncios

Empiezo con una afirmación categórica: el problema no es que nos vengan inmigrantes poco cualificados y por lo tanto poco productivos; el problema es que creamos demasiados puestos de trabajo poco productivos que deben ser ocupados por inmigrantes poco cualificados. La solución no debe buscarse, pues, apuntando al inmigrante, sino a los empresarios que los contratan y las leyes que lo hacen posible.

A su vez, es necesario dirigir la mirada hacia el cliente de este empresario, quien, al fin y al cabo, está recibiendo un servicio por un precio que no cubre sus costes totales. Consideremos un matrimonio de clase media que contrata –legalmente– un servicio para atender a su progenitor. Dado que el salario del trabajador –típicamente, aunque no necesariamente, un inmigrante– no cubre el coste de la sanidad, la enseñanza, la vivienda, la pensión, la invalidez, etc. a las que tiene derecho, debemos concluir que el matrimonio está siendo subvencionado por la sociedad. ¿Tiene sentido esta subvención? Podemos discutirlo.

Cargando
No hay anuncios

Consideremos ahora el caso de un hotelero que contrata a inmigrantes. En este caso, el beneficiario último de la subvención es el turista, pues el precio que paga no cubre los costes sociales del servicio que recibe. ¿Tiene sentido traer clientes extranjeros e inmigrantes que los atiendan si, para ello, es necesario que la sociedad añada dinero? La respuesta es no, aunque esto sea exactamente lo que estamos haciendo.

Por lo tanto, la conclusión no es que tenemos que frenar la entrada de inmigrantes para salvar el estado del bienestar, sino que lo que tenemos que hacer, para salvarlo, es dejar de sustentar sectores productivos basados en mano de obra barata, particularmente cuando el cliente es un no residente.

Cargando
No hay anuncios

Pasemos ahora a la cuestión de los hijos de la inmigración.

Efectivamente, si los hijos de la inmigración poco calificada fueran muy productivos podría darse el caso de que el balance a largo plazo de la inmigración poco calificada fuera positivo: mientras el inmigrante trabaja, aporta poco, pero aporta, y cuando se jubila los hijos le toman el relevo contribuyendo generosamente. Desgraciadamente, los hechos ponen de manifiesto que esta visión no es más que una fantasía.

Cargando
No hay anuncios

En cuanto a los padres, la oficina de control presupuestario británica ha calculado que –de media– un inmigrante poco cualificado que llegue en edad laboral tiene un coste neto para el erario público desde el minuto 1, y que la factura se incrementa año a año sin necesidad de esperar a que se jubile (ver gráfico 1 de este enlace). La razón es que, además de tener unos ingresos bajos debido a la baja calificación, la propensión a trabajar es menor que la media. Este segundo efecto –muy importante– es muy variable en función del origen geográfico del inmigrante, un aspecto que los británicos no discriminan. El ministerio de Finanzas danés, que sí lo hace, pone de relieve cómo el impacto negativo desde el minuto 1 se produce entre los inmigrantes provenientes del Magreb, Oriente Medio, Turquía y Pakistán. En el caso español, el INE nos dice que, mientras que un 77% de las mujeres españolas de entre 25 y 54 años trabajan, entre las inmigrantes europeas y latinoamericanas la cifra es del 70%, pero solo es del 38% entre las del resto del mundo (o sea, en nuestro caso, el Magreb, el África Subnariana y Pakistán, principalmente).

En cuanto a los hijos, no es razonable esperar que, de media, sean muy productivos. En Dinamarca, los descendientes de los inmigrantes no occidentales también tienen una contribución negativa a lo largo de su vida. No tan negativa como sus padres, pero muy negativa en el caso de los provenientes de los países antes citados. Este hecho no es sorprendente, dado que sabemos que la trayectoria profesional de un individuo está muy correlacionada con el nivel sociocultural de sus padres.

Cargando
No hay anuncios

¿Conclusión? Que si queremos evitar que los hijos de los inmigrantes poco cualificados se conviertan en una casta inferior, tenemos que dejar de mandarlos a una escuela de alta complejidad y pasarlos de curso aprendan lo que aprendan. Precisamente porque son hijos de quien son hijos (y sobre todo si son hijas), necesitan una atención diferente, y mucho más cara. De negocio, nada.