La ira que anida en el miedo

Esta vez tenía que ser diferente, como en todas las últimas oportunidades, pero el miedo y la incertidumbre nos van indicando un camino colectivo difícil. El malestar social se instala cuando las crisis se van sucediendo y, si el desencante y la frustración dan paso a la ira, nos esperan tiempos para supervivientes en los que no solo se tendrá que ejercer la resistencia, sino una activa lucha a favor del progreso. Si progreso significa democracia saludable, crecimiento económico y exuberancia cultural, el trabajo que se nos viene encima exige lo mejor de cada uno.

Nuestra sociedad tiene delante las consecuencias de nuevas expectativas rotas. Esta vez creíamos que salíamos de la crisis, pero no; individualmente y colectivamente tendremos que pactar con la realidad y esto quiere decir lidiar con la crisis permanente.

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Cuando salíamos de la crisis de la deuda y la austeridad entramos en una pandemia que frenó la recuperación de la economía y, cuando empezamos a sacarnos la mascarilla y a recuperar espacios de vida, Europa está en guerra.

Hará falta sangre fría para gestionar la situación, porque el disgusto, el miedo y la decepción se alargan y confluyen en una nueva crisis. La nuestra, como tantas otras, es una sociedad irritada, desencantada, que pasará a la indignación y la revuelta si no se toman las medidas para evitarlo. Vimos París en llamas con los chalecos amarillos y podemos no estar lejos de nuestro propio estallido social si la economía se deteriora al ritmo que lleva a través de la inflación.

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Más europeos que nunca

Después de la angustia del 2008 con las políticas de austeridad, en los últimos dos años, España se ha beneficiado de las lecciones aprendidas por la UE. De hecho, cuando parecía que las finanzas públicas (y por lo tanto las privadas) tendrían que restablecer los mecanismos de estabilidad financiera, se mantuvo la flexibilidad y el BCE salió al rescate manteniendo la compra de bienes públicos para garantizar la respuesta a las crisis en forma de tuberías de dinero que amortiguaran la caída. El déficit público y la deuda dejaron de ser la gran obsesión y el acceso al dinero y la recompra de deuda permitieron una respuesta diferente y menos cruda que en la crisis anterior. Las medidas de protección social de los ERTE , el gasto sanitario y algunas ayudas directas amortiguaron la caída, pero llevaron los datos de déficit hasta el 11% en un país con desequilibrios presupuestarios como una deuda pública del 119% del PIB.

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La invasión de Putin en Ucrania llega con un Gobierno Sánchez con poco margen fiscal, pero que tendrá que actuar para evitar los efectos de la crisis energética. Numerosos colectivos del sector primario ven el precipicio al que los aboca el precio de la energía, de los cereales y de los fertilizantes. Labradores, ganaderos y pescadores subirán todavía más los precios o no podrán resistir. Mientras tanto, el Gobierno español espera que las medidas para abaratar el precio de la energía las tomen en Bruselas y así ahorrárselas él. Quiere reducir la factura energética, inasumible para muchos autónomos, pequeñas empresas y familias, acabando con los llamados beneficios caídos del cielo de las energéticas.

Es momento de más estímulos, a pesar de que hay menos margen para hacerlo, en la medida que se acerca el momento de que el Banco Central Europeo dejará de comprar deuda al ritmo que llevaba hasta ahora. Esto significará dificultades para financiarse si el BCE no va comprando el dinero que se emite. Es cierto que las finanzas públicas se beneficiarán del crecimiento de los ingresos por la recaudación de IVA, IRPF y cotizaciones sociales, pero tendrá que hacer frente también a los gastos de las pensiones indexadas a un IPC que se acerca a los dos dígitos.

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Cuando se habían establecido los canales para inyectar dinero en la economía para recuperarse y sentar las bases de un crecimiento transformador con los fondos europeos, la guerra hace temblar la tierra que pisamos ciudadanos y gobernantes.

Del soberanismo y la crisis

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En un entorno de dificultades económicas y desencante, el soberanismo se enfría o quizás hiberna. En octubre de 2017 el barómetro del Centre de Estudis de Opinió registró el punto más alto de apoyo a la independencia de Catalunya. El 48,7% de los encuestados estaba a favor de la independencia, mientras que el 43,6% estaba en contra. Hoy, el 52,3% de los catalanes está en contra y el 40,8% a favor.

En poco más de cuatro años el soberanismo ha perdido apoyo social, ha perdido a la mayoría de la investidura presidencial y gobierna en una coalición con dificultades internas, pero que resiste.

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La temperatura política muestra un enfriamiento del independentismo. Unos cuantos años después de una proclamación de independencia insostenible, los partidos soberanistas empiezan a tener un diagnóstico común en privado, pero no públicamente. Y tampoco superan las traiciones vividas. Quizá en otra ocasión también será diferente.