¿Los jóvenes ya no saben hablar?

Hace un par de semanas este diario publicó una noticia que me ha preocupado desde que la leí: se hacía eco de un estudio del Observatorio Social de la Fundación La Caixa que constataba las carencias del alumnado universitario en expresión oral. La propuesta para mejorar esa situación era aumentar la formación en oratoria. Ambas circunstancias, las carencias y virtudes de la oratoria, son ciertas, pero no creo que la solución venga solo de unas clases puntuales de comunicación oral. El problema es global. La conversación, que la vida salonnière del siglo XVIII convirtió en un arte social (les recomiendo el libro de Benedetta Craveri La cultura de la conversación), ya no se valora, y las aplicaciones tienden a favorecer la mala escritura en detrimento de la conversación. Ya nadie llama, y las empresas empiezan a valorar como una destreza la capacidad de hacer llamadas porque los jóvenes no saben, desconocen sus códigos. En la universidad ocurre lo mismo. En los años 50, los exámenes orales eran habituales. Incluso el “examen de estado”, un antepasado muy eficaz de la selectividad, tenía partes orales, y en las escuelas se practicaba la lectura en voz alta, que entrena la prosodia y el ritmo. Todo esto ha desaparecido y ahora nos echamos las manos a la cabeza porque los alumnos universitarios se quedan en blanco cuando hacen una exposición oral, no saben qué hacer con las manos, desconocen los registros lingüísticos y utilizan expresiones coloquiales inadecuadas. Y nosotros sufrimos porque los vemos sufrir.

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En mis años de docencia universitaria he visto pasar cuarenta y dos promociones. Cuando empecé solo hacíamos un examen final, escrito, para cada asignatura y poco a poco dejamos de hacer pruebas orales, porque a la nueva pedagogía le parecían anticuadas, requerían mucho tiempo y hacían sufrir al alumnado. Después se implantó la evaluación continua y ahora tendremos que empezar a trabajar sabiendo que puede haber siempre la posibilidad de un fraude, que ya no será casero y artesanal como las chuletas del pasado sino a lo grande, a través de unas IA cada vez más indetectables. Esto nos obliga a repensar el papel de la expresión oral en la evaluación de los próximos años. ¿Qué hacer? Una opción es retroceder: volver a los exámenes presenciales con papel y bolígrafo. La otra opción es precisamente potenciar las exposiciones orales pautadas, explicando al alumnado cómo y para qué sirve una presentación con PowerPoint y sus límites.

¿Cuáles son los obstáculos para este tipo de evaluación? Destacamos dos. El primero, y es enorme, es la masificación en las aulas. Hasta los años 60 la mayoría de las pruebas eran orales, como todavía ocurre en las universidades de élite. Ahora bien, para muchas materias, mi propuesta es inviable. ¿Cuántos días necesitaríamos para hacer exposiciones orales de media hora con 90 alumnos? El segundo es obvio: si nunca se ha hecho una exposición oral, la primera vez que se haga una es muy posible que sea un desastre. No puedo resolver la masificación ni el destierro de la oralidad que nuestra sociedad ha estimulado, pero sí explicar lo que recomiendo a mis alumnos.

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En primer lugar, tenemos que asumir que cuando nos ponemos a hablar en público todos estamos nerviosos. Mark Twain, una fuente inagotable de buenas citas, decía que “solo hay dos tipos de oradores, los que están nerviosos y los que mienten”. ¿Cómo vencer los nervios en una exposición oral con tema y fecha fijados? Llegando a la exposición oral descansados y desayunados, aunque parezca una obviedad, y, sobre todo, preparados. Lo que no se sabe no se puede transmitir, si no ha habido una tarea seria de investigación y asimilación de conocimientos, el alumno se quedará en blanco nada más empezar. También es necesario estructurar muy bien el discurso y ser conscientes de que la escritura y la oralidad tienen reglas diferentes, entender el valor de la repetición con variación para mantener la atención del oyente, por ejemplo. Y sobre todo es necesario practicar. Mark Twain decía también: "Tardo más de tres semanas en preparar un buen discurso improvisado". Es cierto, hay que practicar el discurso, ensayarlo, como hacen los actores, primero con la grabadora del móvil, y escuchar después la grabación tomando nota de los tropiezos, repeticiones y problemas, después, ya más asentada la exposición, utilizando a amigos, compañeros y familia para practicar. Así se adquiere seguridad, el conocimiento se consolida y es más fácil controlar los nervios. Naturalmente, esto se aprende con clases de oratoria, pero también con sentido común, cada vez más menguante, y recordando, sobre todo, que si a andar se aprende andando, a hablar se aprende hablando.