

El estado del bienestar y el estado de guerra han entrado en colisión en la Unión Europea. Unos gobiernos asustados, que han perdido soberanía económica, abrazan ahora la necesidad de reforzar la soberanía militar como respuesta a un mundo en el que los europeos se sienten cada vez más solos.
La mezcla entre el debate sobre la sostenibilidad del estado del bienestar con la apuesta geopolítica por rearmar Europa la planteó abiertamente el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ante el Parlamento Europeo. Rutte habló literalmente de la carga financiera del estado de bienestar social para sugerir que una pequeña reasignación de estos fondos podría reforzar significativamente sus capacidades militares europeas. Hace sólo unos días, expertos del centro de pensamiento belga, Egmont Institute, publicaban un informe sobre cómo los países de la OTAN financian su defensa con el título Tanques versus pensiones, reformulando así el viejo dilema "armas contra mantequilla".
Mientras tanto, Alemania ha roto su tabú con el endeudamiento público para poder financiar el rearme del país. Friedrich Merz, el eterno aspirante a canciller, ha logrado reunir a una mayoría que va desde los democristianos hasta los verdes, pasando por los socialdemócratas, en favor de un acuerdo de inversión en defensa financiado con deuda y, de paso, ha eliminado el último obstáculo de peso en su camino hacia la cancillería. Sin embargo, en Alemania un tercio de la población es contraria a la ayuda militar a Ucrania. Con motivos y argumentos distintos, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda recelan de ese giro copernicano en la política de defensa, y la distancia es aún más profunda entre el este y el oeste del país.
Cinco años después de la cóvid-19, la pandemia nos ha dejado un mundo más endeudado, más digitalizado y más individualista. El sistema no se ha repensado. Hay nuevos miedos, nuevas amenazas, que copan el discurso político. Si esa sacudida global no se tradujo en más justicia social, ahora la última sensación de aceleración y emergencia que empuja a la política europea puede impactar directamente en el sistema de bienestar y, de paso, en la estabilidad de unos gobiernos cada vez más débiles. Basta con ver cómo el ejecutivo del primer ministro británico, Keir Starmer, se hunde en las encuestas, con Reform UK de Nigel Farage pisándole los talones. El malestar y la presión interna en su propio partido ante los anuncios de posibles recortes han movilizado a diputados, organizaciones benéficas y activistas laboristas contra un ahorro que consideran que apunta a los más vulnerables de la sociedad.
Desde la gran recesión de 2008, cada nueva crisis ha agravado el descontento de la ciudadanía y el deterioro en la confianza institucional. Pero la desorientación política es especialmente cruda en la socialdemocracia.
En los últimos años, cada nueva elección parece un debate agónico por la supervivencia del sistema. Cada resultado de mínimos se vende como mensaje de resistencia. Pero la realidad es que hay que repensar argumentos y respuestas. Pero, antes, hay que leer correctamente la realidad que nos rodea y los miedos que movilizan a nuestras sociedades.
Como explica Ezra Klein en New York Times, el problema de los demócratas en Estados Unidos –un partido inmerso hoy en una guerra civil interna– comienza, precisamente, por la realidad del lugar en el que gobiernan. Nueva York, California o Chicago son zonas que están perdiendo población. La gente se va porque el coste de la vida es demasiado caro. Es muy caro comprar una casa o criar a sus hijos, sobre todo cuando hay estados con impuestos más bajos donde volver a empezar con más oportunidades. "No puedes ser el partido de las familias trabajadoras cuando los lugares donde tú gobiernas son zonas donde las familias trabajadoras no pueden permitirse vivir", sentencia Klein. Y en los sistemas democráticos perder a gente es perder el poder. Los distritos electorales donde ganaron a los demócratas están, mayoritariamente, perdiendo población y, por tanto, escaños.
Existe una debilidad inherente en un mundo gestado desde el poder de los fuertes. La pobreza salarial es el índice de pobreza que más crece en la Unión Europea, según un estudio de la Eurocámara. Pero mientras nuevas élites y nuevos referentes culturales emergen del poder de la nueva realidad digital, la sensación de que vivimos en sociedades vulnerables, permanentemente amenazadas, ha impuesto respuestas gubernamentales reactivas y de corto plazo. Como explica el pensador búlgaro Ivan Krastev, esta Unión Europea que es producto de una generación que tenía miedo al pasado y muchas esperanzas en el futuro, está siendo transformada hoy de pies a cabeza –y desde sus principios fundacionales– por los miedos de una generación temerosa del futuro y de las amenazas que despliegan los nuevos nostálgicos del pasado.