Los jueces también comienzan curso
La apertura del año judicial es uno de esos actos de pompa y circunstancia en los que España muestra sus mejores galas y su escenografía más solemne, cargada de medallas, puñetas y oscuridades del Siglo de Oro. La pátina abarrocada va adherida a la idea de que brilla con más fuerza en estas ocasiones, y que no es tanto la de una justicia comprometida con los valores de la democracia como la de la indisoluble unidad de España, personificada en la figura del jefe de estado, el rey Felipe VI.
En los últimos años, la apertura del año judicial se había visto marcada por una anomalía que ya casi se había convertido en rutina: el bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que es se ha arrastrado durante cinco años debido, principalmente, a los obstáculos que ponía la mayoría conservadora. Esto daba pie a una de esas escenas bastante alucinantes, pero también típicas, del sistema institucional y político español: los presidentes del CGPJ, que también lo son del Tribunal Supremo, se quejaban amargamente en sus discursos de la no renovación del CGPJ en presencia de la plana mayor de la cúpula judicial, del susodicho rey de España y de todas las autoridades presentes, y echaba la culpa “a los políticos”, que ya se sabe que cobran por ello. Ésta fue la manera de proceder de los últimos presidentes de la institución: Carlos Lesmes, que acabó dimitiendo del cargo en protesta por el atasco de la situación, y su sustituto, Vicente Guilarte, autor de una respuesta célebre a las críticas contra el inmovilismo del poder judicial: déjennos en paz, un canto a la transparencia.
Este año, dos meses largos después de que PP y PSOE llegaran a un acuerdo para renovar el poder judicial, igualmente han estado a punto de llegar al acto de apertura del año judicial sin haber resuelto la cuestión de quien presidía el CGPJ y el Supremo. Al final se resolvió la incógnita con asombro: no ha sido un juez conservador, como había sucedido durante los veintiocho años anteriores, sino una magistrada progresista, Isabel Perelló de quien todo el mundo, empezando por el gobierno español, ha subrayado el hecho que sea mujer y catalana. No hay para menos, dado que es la primera vez que alguien con este perfil preside el Supremo y el CGPJ.
La enhorabuena. Pero eso no quita, como señala Antoni Bassas, que lo tendrá complicado para revertir el descrédito de que se ha ganado la justicia en un país en el que muchos jueces y fiscales llevan tiempo actúando sin disimulo alguno como un actor político más, y que lo hacen vulnerando gravemente las normas del estado de derecho, empezando por la separación de poderes. Ayer mismo comentábamos la jubilación de un juez como García-Castellón, que no es precisamente ninguna figura insólita ni solitaria. Por el contrario, obedece a un patrón según el cual la justicia actúa como el brazo togado de la derecha nacionalista. Será interesante escuchar si dice algo a eso, la flamante presidenta Perelló en su primer discurso de apertura del año judicial.