Los juegos de la gallina
La furiosa comedia que ha protagonizado Junts a lo largo de la semana (con sorpresa final) con la votación de los decretos anticrisis del gobierno de España se explica por diferentes motivos, que se resumen en uno: hay elecciones al Parlament de Catalunya dentro de un año. Ergo, se trata de hiperventilar mucho, por no perder la costumbre, esta vez con el propósito de fingir que se manda en Madrid y que no se votan las cosas a cambio de nada, como dijo en su día Gabriel Rufián. Se trata de fingir fuerza y determinación, y de vender la idea de que Pedro Sánchez ha encontrado al fin quien lo ponga en su sitio. Se trata de vender la imagen de que el PSOE es débil, y ERC, una formación vendida y entregada a la debilidad del PSOE. Y conseguir protagonismo y foco, aunque no haya quedado otro remedio que compartirlos un poco con Podemos. Y que tanto a Podemos como a Junts les lleve a coincidir en la votación (por caminos tan diversos como se quiera) con el PP, un partido que hace pocos días presentó una propuesta para ilegalizarlos. Por el camino ha habido tiempo para algunas escenas dignas de mención, como ver el pulcro Jordi Turull ejerciendo (con escasa convicción, y aún más escasos resultados) de político populista, o la grotesca propuesta de multar a empresas que se fueron de Cataluña el 1-O, o de incentivarlas para que vuelvan. La excusa de que los decretos mezclaban nabos con coles y podían obstruir la ley de amnistía tampoco se aguanta política ni jurídicamente. Todo ello, rematado con una sentencia de la portavoz Míriam Nogueras digna de ser pronunciada con los ojos en blanco y acompañada de banda sonora triunfal: "Estamos aquí por Catalunya".
La política catalana es decadente, sí, pero no porque falte con ella la energía para declarar la independencia, sino porque sobran charlatanes y salvapatrias, adornados con las mil formas de la solemnidad y el victimismo. La principal aportación de Junts y ERC a la política española (ya bastante degradada de por sí) en los últimos años ha sido trasladar la interminable disputa que mantienen entre ellos, que se vuelve aún más agria y más irracional –si cabe– cuando hay elecciones a la vista. Esta es una cuestión que hay que discutir pronto: no puede ser que unas elecciones que están previstas en un plazo de trece meses sean el motivo para que los partidos políticos se dediquen prácticamente en exclusiva, olvidándose de su responsabilidad social o supeditándolo. la a lo que en cada momento creen que les favorece o penaliza electoralmente. Es una manera ineficaz, injusta e irresponsable de trabajar con el interés general.
Los decretos anticrisis contenían medidas sociales relevantes, que durante la discusión se han visto menospreciadas por tacticismos groseros y una retórica empalagosa. El ruido y la furia, naturalmente, benefician sólo a PP y Vox, que mojan tanto pan como pueden. Algunos dicen que todo ello anuncia el rumbo por el que discurrirá la legislatura española, o incluso la brevedad de esta misma legislatura. Pero también podría ser que anunciara el fin de la mayoría absoluta que ahora aún suman, en el Parlament de Catalunya, los diputados independentistas.