Kallifatides, nihilismo y respeto

1. Límites. "Yo tenía un amigo al que, como a mí, no le interesaban demasiado los curas y sus enseñanzas, sino lo que él llamaba "lo sagrado que hay en mí". Cuando le pregunté a qué se refería, me dijo que lo sagrado eran sus límites como ser humano, «que hay cosas que nunca podría hacer»". Así empezó Theodor Kallifatides, primer Premio Internacional Diari ARA, su intervención el pasado sábado en el Encuentro de Cap Roig.

Y siguió: "El mundo está en crisis, una crisis que puede llegar a ser tan grande como la que yo viví de pequeño, es decir, una guerra mundial". Ante esta realidad, tenemos que asumir, más que nunca, que no todo es posible. Hay que poner la cuestión de los límites en primer plano, como base del pensamiento humanista: reconocimiento y respeto por la condición humana. Dicho de otra forma, el mal es el que funda. Y frente a él debemos constituirnos como humanidad. Este mal está hecho de actuaciones de poder y de abuso que se declinan a todos los niveles, desde el privado –familia, relaciones personales– hasta el público: trabajo, economía, instituciones.

Cargando
No hay anuncios

Kallifatides pidió a su amigo un ejemplo de lo que no podría hacer: "No sería capaz de pegar nunca a mi madre, bajo ninguna circunstancia. La sola idea me parece escalofriante. Y no tengo que creer ni en dioses ni en sacerdotes: ese límite existe dentro de mí tan claramente como estos brazos". Y añadió: "De ninguna manera sería capaz de matar a un hombre. Es un límite sagrado que no puedo sobrepasar. En cambio, me defendería con uñas y dientes si alguien me atacase a mí, a los míos".

En tiempos nihilistas, Kallifatides apela a mantener vivo el respeto al otro, en un momento en el que imperan poderes que parecen haber hecho de la pérdida de la noción de los límites su manera de estar en el mundo. Llamémoslos Trump, Musk, Putin y compañía, pero la lista de abusos es interminable en todos los espacios e instituciones de la vida pública y privada. "No todo es posible" es el principio para marcar los límites, y a la vez los márgenes, de la dignidad de la condición humana.

Cargando
No hay anuncios

2. Deshumanización. "Quiero mantener vivo mi sentimiento de respeto", dice Kallifatides. Una exigencia moral que contrasta con el espacio sin normas –pero con dueños, todo sea dicho– de las redes sociales, en las que parece que no hay límites, que todo está permitido y que los criterios de verdad brillan por su ausencia. Manda quien hace más expansiva su última ocurrencia, quien busca el ruido, la propagación sin medida, la creación de burbujas entre la inquietud y la indolencia. ¿Es posible, en este contexto, generar espacios compartidos, "construidos sobre el respeto por la vida, por los hombres, por la naturaleza, por las cosas"? Esta actitud es la que Kallifatides echa de menos en la "sociedad de consumo en la que todo y todos tienen un precio". Y en este contexto, un punto de melancolía se hace inevitable: "¿Cómo se encontrarán las generaciones futuras si no tienen ya nada en común?". Dicho de otro modo, ¿puede detenerse el ritmo de deshumanización acelerada? Vivimos un cambio radical de los sistemas de comunicación. Y solo contamos con una certeza: que su capacidad de intervención sobre los criterios de verdad y de comportamiento es abrumadora. ¿Cómo mantener en ese espacio los valores referenciales del humanismo?

Sin embargo, ver cómo su nieta y sus amigas ocupaban un trastero para "tener un lugar para poder reír" devolvió a Kallifatides cierta esperanza. "¿Qué haréis ahí? ¿Solo reír?". "¿Te parece poco?", le contestó la nieta. ¿Un refugio en el desorden organizado de las redes sociales?

Cargando
No hay anuncios

Kallifatides se pregunta: "¿Qué necesitamos nosotros, los adultos?". "Paz, democracia, estado de derecho, igualdad entre hombres y mujeres: esto es ser europeo". Una frase que adquiere especial relevancia en un momento en el que Europa se encoge día a día, se adapta a las pulsiones autoritarias, pierde poder y presencia, y se la ve un poco más descolocada. Cuando se pierde el respeto, los vínculos sociales se rompen y la insolencia gana espacio: crecen aquellos que piensan que no tienen límites, que todo les está permitido. Y la pulsión nihilista es altamente destructiva: rompe los consensos básicos para imponer las exigencias de quienes creen que no tienen que respetar nada: ni las personas, ni las leyes, ni los consensos básicos.