Las lágrimas de Marc Márquez
1. Cervera, la Segarra. Noche del 20 de mayo de 1992. Roser mira la final de la Copa de Europa por televisión. Koeman marca el gol más importante de la historia del Barça y, con la euforia del momento, la mujer salta, se cae al suelo y se derriba el tobillo. A pesar del dolor, Roser y Julià deciden celebrar aquella victoria a base de bien y, justo nueve meses después, nace su hijo. Marc Márquez i Alentà es fruto de una alegría y una caída. Mira por dónde, dos de las características que, con el tiempo, más veces hemos visto en la prodigiosa carrera del motorista. Marc es un risueño compulsivo, un optimista por naturaleza, un ser humano que, con esta actitud vital, ya adivinas que siempre alcanzará sus objetivos. También es verdad que en los últimos seis años ha caído cien veces de la moto y ha sufrido todo tipo de lesiones. El más grave, el batacazo en Jerez en el año de la pandemia. Después de quedar como un desecho humano, cualquier otro habría aparcado la moto y se habría retirado.
2. Motegi, Japón. Mediodía del 28 de septiembre de 2025. Marc Márquez, a los 32 años, se proclama campeón del mundo de motociclismo por novena vez. Ya tiene siete títulos de MotoGP, ya diferencia de las anteriores ocasiones, cuando hacía fiesta grande junto al circuito, esta vez lo ha celebrado con un mar de lágrimas. Tras bajarse de la Ducati y sacarse el casco, Márquez no podía dejar de llorar. De desconsuelo, de liberación, de estar "en paz con uno mismo", como dijo en Catalunya Ràdio. A todos los que hemos madrugado para verlo se nos ha puesto la piel de gallina. La suya era una emoción sincera, a chorro, no porque MM93 haya hecho una temporada perfecta (ha ganado 25 de las 34 carreras que ahora se disputan entre el sábado y el domingo), no porque se haya proclamado campeón con Ducati en territorio de Honda, sino porque sólo él sabe de dónde viene. Del sufrimiento insondable, del esfuerzo del día a día por no echar el sombrero al fuego, de los años de doble visión que le impedían no sólo pilotar sino hacer vida normal. Y era demasiado joven para convivir con tantos achaques para siempre. La suya es una historia de superación. Faltarán plataformas audiovisuales para hacer un buen documental, el definitivo, que recoja –cielo e infierno– todas las aristas de esta hazaña humana y deportiva. Espectáculo y riesgo a partes iguales. La carcajada pública y la exigencia máxima al paddock. Anticipos, rodillas en el suelo, caer y renacer. Y un capítulo para la rivalidad con Valentino Rossi, a quien seguramente acabará superando como mejor piloto de la historia.
3. Marc Márquez vuelve a ser campeón del mundo. Cómo Iris Tió en natación sincronizada. O Toni Bou, a punto de ganar su cuarenta Mundial de trial. Àlex Palou es tetracampeón de la IndyCar y es más conocido en Estados Unidos que en Sant Antoni de Vilamajor. Kilian Jornet –cresta arriba, monte abajo– gana cuando quiere. Aitana Bonmatí es la mejor futbolista del planeta por tercer año consecutivo y Lamine Yamal lo será en breve, de forma oficial, cuando los miembros del jurado voten objetivamente. Tenemos a otros campeones del mundo catalanes, en otras disciplinas, pero para esta columna y para la idea donde quiero ir a desembocar el inventario sería demasiado largo. Si yo tuviera voz en los despachos del Pacto Nacional por la Lengua, mañana empezaba a pensar una campaña de publicidad con todos esos ídolos deportivos, que tienen algo en común: hablan catalán. Regalo el eslogan: "La lengua de los campeones". A ver si, viendo el anuncio, nos sube un poco la autoestima, encomendamos el entusiasmo por el catalán a quienes todavía no sienten la necesidad de hablarlo, recordamos a todo el mundo que no es una lengua de perdedores y –qué carajo– dejamos de llorar juntos.