Licencia para matar, torturar y robar
En nombre de la razón de estado, como criterio sagrado, se vulneran derechos y se secuestran libertades que, en circunstancias normales, nadie se atrevería a negar. Los agentes del orden y agentes secretos de la ficción, como Harry el Brut o James Bond, exhibían métodos poco "ortodoxos" para hacer frente a la escoria criminal. Cada uno a su estilo, de violencia hacha o glamurosa al servicio de su majestad. Pero la "licencia para matar" del personal de carne y hueso, de la CIA a los GAL, se ventilaba a escondidas con las maniobras del deep state, sin cobertura legal.
El estado de derecho implica la separación de poderes, para que el ejecutivo no campe desbocado, y el derecho a un proceso con garantías, sin voladuras incontroladas o sacados a la nuca. Pero la democracia no es sólo una cuestión de procedimiento. En el tuétano está la dignidad humana como valor irrenunciable y la primacía del interés público sobre el beneficio particular. La seguridad pública y la defensa nacional son la perfecta excusa para perpetrar abusos bajo una apariencia de legitimidad. Una munición conceptual para la guerra cognitiva, paralela a la guerra declarada, que predican a los apóstoles de la necropolítica, como Trump o Netanyahu. La idea de que, contra el enemigo, todo vale, es antigua. El fascismo clásico sobresalió en la magnificación y la demonización del enemigo, incluso en su fabricación. Hace miedo que los mismos perros, con diferentes collares, sigan mordiendo. Contra los "ilegales" (sin papeles, no delincuentes), se ordenan redadas allá donde buscan trabajo, no bronca. Contra una criminalidad hinchada, sin datos reales, la Guardia Nacional se despliega en Washington y otros bastiones demócratas. Contra el narco, se practican "ejecuciones extrajudiciales" -asesinatos indiscriminados, no actuaciones "irregulares"- en terceros países…
Por su parte, con la excusa de la autoprotección civil, existe un sector que reclama abiertamente licencia para torturar. En Israel, los soldados acusados de abusar de un preso palestino –paleado y sodomizado con un objeto puntiagudo, casi hasta la muerte– en el siniestro campo de prisioneros de Sde Teiman fueron liberados entre muestras de soporte de los ultranacionalistas. Por el contrario, la jefa de los servicios jurídicos del ejército que filtró el vídeo ha sido cesada y detenida por preservar de interferencias la investigación interna. El caso no es el único, sino el último, en la estrategia de malos tratos que se cebaba en el personal sanitario. Se dinamita el consenso internacional de que nunca se puede alegar la seguridad nacional para evitar la divulgación de violaciones de derechos humanos y del derecho humanitario. De acuerdo con los principios de Tshwane (en los que intervinieron, entre otros, dos relatores especiales de la ONU), la información que no puede enterrarse incluye: la descripción completa de los actos u omisiones, las fechas y circunstancias en las que tuvieron lugar y los registros donde consten; el nombre de los responsables y de la cadena de mando; las causas de las violaciones y la incapacidad para impedirlas. Tampoco pueden mantenerse ocultas las leyes que autorizan al Estado a arrebatar una vida ni los protocolos sobre la privación de libertad, incluyendo los motivos y las condiciones de la detención y los métodos de interrogatorio. ¡No hay nada lo que deberíamos saber!
Para tener el panorama completo, al visto bueno para la violencia física "profiláctica" hay que añadir, a su vuelta, la licencia para robar.Existe una visión pragmática que considera la corrupción un mal menor. La expresión "rouba, mas faz("ropa, pero hace") se acuñó en Brasil para explicar el limitado castigo electoral a los políticos deshonestos en atención al progreso económico. La teoría se aguanta en todo contexto en el que la información no fluye o es poco fiable –en manos de medios polarizados– y no se vislumbran alternativas ("todos son iguales"). y el ánimo colectivo cuando sólo progresa quien tiene padres o padrinos o partido que le patrocinio.
Ahora triunfa, mira por dónde, el "ropa pero nos protege", del que Trump es embajador desacomplejado, como demostró a propósito de las acusaciones por cohecho y tráfico de influencias que asedian a Netanyahu. "Varios puros y champán… ¿a quién le importan?", exclamó, mientras escenificaba el acuerdo de paz con Palestina. La integridad y la decencia ya no se subordinan a la eficacia, sino a un bien superior: la defensa nacional. La corrupción se hace banal y quien levanta la voz se convierte en ridículo, incluso en sospechoso.
EEUU e Israel funcionan como un banco de pruebas sobre cómo los derechos pueden hacerse añicos en nombre de la seguridad. Al mismo tiempo, nos interpelan sobre la consistencia de nuestras convicciones. Podemos confiar en que la ola expansiva no nos afectará, pero temo que es un sesgo optimista. Los datos muestran cómo la población, en un contexto de permisividad de los líderes, es más laxa con los abusos de posición. Sálvese quien pueda. Tampoco la experiencia de la dictadura franquista nos ha vacunado contra el extremismo ultra. Incluso en democracia se han enterrado cadáveres en cal viva, se ha torturado a detenidos (España acumula once condenas del Tribunal de Estrasburgo) y se han fabricado pruebas falsas contra adversarios políticos. En Cataluña, Irídia mantiene más de cincuenta procesos judiciales por represión policial. Aún hoy, los miembros de los cuerpos armados están atados de pies y manos por el secreto profesional a la hora de denunciar los abusos. Y la ley española para proteger a los alertadores (2023) deja fuera las represalias que pueden sufrir cuando la infracción afecta a información clasificada o contrataciones que comprometan "los intereses esenciales para la seguridad del Estado". Un campo minado.
Que triunfe el relato de la seguridad y la defensa como bienes absolutos requiere inflar el peligro y desinflar la contestación. Hacia aquí vamos. El miedo es una emoción maleable, que hace difícil la ponderación y anula la compasión. El dilema sobre qué debe prevalecer, en cualquier comunidad humana, es primario y eterno: la razón de la fuerza o la fuerza de la razón.