Los límites de la cultura, la lectura y la escuela
No, la cultura no nos hace necesariamente más felices, ni mejores personas, ni más dignas, ni más humanos, por repetir algunos de los tópicos más habituales. De hecho, hay grandes intérpretes musicales, excelentes escritores, célebres artistas plásticos y cineastas que han sido y son acosadores, pederastas, maltratadores, xenófobos, antisemitas, catalanófobos... e incluso reconocidos filósofos filonazis, a pesar de ser todos de mucha cultura. Ponerle nombres sería muy fácil.
Tampoco leer nos hace automáticamente más inteligentes, ni mayores, ni más libres, como suelen afirmar las campañas que promueven la lectura. Todos conocemos muy buenas personas, felices y dignas, inteligentes y libres, humanamente admirables, que si no son analfabetas, tienen una escasa competencia en todo lo que solemos entender por cultura.No se puede esperar tanto de la cultura y la lectura porque en el fondo de todo hay una condición humana y unos determinantes sociales que, para bien o para mal, las preceden y acompañan. es cierto que la educación pueda cambiarlo todo, como sostiene el eslogan del principal lobi escolar del país. La escuela –y en general la educación– también puede servir para mantenerlo todo igual, o incluso todo para hacer retroceder a naciones enteras. Es una obviedad que toda educación tiene padre y madre ideológicos, y pensar que es posible y deseable uniformizar –autoritariamente y con criterios políticos– un sistema educativo al gusto de unos pocos, hasta enmascarar la diversidad de desafíos existentes y de posibles respuestas, es irresponsable y es un engaño. Y, en particular, es iluso creer que la escuela nunca podrá eliminar todas las desigualdades personales y sociales de entrada ¡Ojalá haya borrado algunas de salida! o sea una lotería, induce a errores y falsas expectativas. Que la educación sea un derecho no evita la lotería de las profundas desigualdades de partida. familia, el país o el barrio en el que nacemos, desde el punto de vista educativo, sí que es una cuestión de buena o mala suerte y no desaparecen yendo a la escuela Y segundo, porque que en primaria un maestro nos haya sabido ligar los aprendizajes con la autoestima, o que en secundaria hayamos tropezado con una profesora que nos haya hecho querer a las matas o la física –o aburrir la historia o la literatura-, también es una lotería que ningún sistema educativo puede evitar. Cómo es una rifa que en la universidad encuentres un referente intelectual y personal que marque toda tu vida profesional.
No estoy discutiendo el deseo de querer hacer de la cultura, la lectura o la escuela un trampolín a favor del bienestar y la prosperidad personal, ante todo, de cada individuo. Y, obviamente, tampoco discuto que la cultura, la lectura o la escuela puedan ser palancas a favor de una sociedad más justa, crítica y libre. Pero sí discuto que los objetivos estrictamente sociales –me da igual si son los que dicta el mercado de trabajo, la sumisión boba a la IA, las que imponen las ideologías igualitarias o las meritocráticas, o de cualquier otro tipo– pasen por delante las necesidades que tienen los alumnos como principales destinatarios de todo este combate. Es de sentido común que ambos propósitos deberían avanzar a la vez, sí. Pero condicionar el esfuerzo y el progreso personal individual a los propósitos colectivos creo que lleva al fracaso en ambos terrenos. Y es obvio que hay orientaciones pedagógicas sometiendo todo lo personal a vagas idealidades colectivas.
Entiendo que quienes se dedican profesionalmente a la cultura, al arte, a escribir libros oa la enseñanza, sobre todo los que se dedican con pasión –y que viven, claro está–, destaquen todas sus virtudes y canten todas sus excelencias. Pero si no reconocen sus limitaciones y debilidades, si las expectativas que depositan son excesivas y desmedidas, si la utilización de la cultura, la lectura o la escuela quieren ponerse al servicio de ideologías igualitaristas menospreciando el papel de la voluntad, el esfuerzo y las aspiraciones personales, sin quererlo, se hacen fracasar.
A la escuela no se le puede pedir que resuelva todas las desigualdades sociales. Tiene que atenderlas, puede intentar reducirlas, pero no podrá hacerlas desaparecer por completo. Ni creo que se le pueda exigir que éste sea su principal objetivo sin abocarla a un fracaso colectivo. Los desafíos escolares piden menos proclamas pedagógicas fabricadas fuera del aula atendidas con respuestas burocratizadas. Y hace falta más realismo, más atención individualizada a los casos extremos con conciencia de las propias limitaciones, y sobre todo mucha más atención a la experiencia cotidiana de maestros y profesores. ¡Eso sí que dignificaría su trabajo ante la sociedad!