La llama por las azoteas

Francia está en el mundo para que se hable de ella. No desperdicia ocasión. Y además las busca: unos Juegos Olímpicos son una suprema oportunidad y vale la pena romper los hábitos, hacerlo diferente. Seguramente Emmanuel Macron no habría imaginado presidirlos en un momento tan incómodo: después de una derrota electoral que en principio no entraba en su cabeza. No ha llegado a los Juegos con un perfil crecido, pero sí dispuesto a aprovechar la circunstancia. Diabólica coincidencia, los Juegos llegan justo cuando los ciudadanos franceses han dado un toque de atención a su clase política y con su voto han evitado lo que las élites daban ya como irreversible: la victoria de la extrema derecha.

Con la ciudadanía al alza (votar es útil) y el presidente y su entorno a la baja, los Juegos ponen a París en el centro de atención mundial. Francia no suele distraerse: cuando hay una oportunidad la exprime tanto como puede, aunque en los últimos años ha perdido algunas. Todo el mundo sabía que no serían unos Juegos como otros, que la mano de los franceses forzaría los marcos convencionales de un evento con reglas y principios bastante concretos. No olvidemos que los Juegos son propiedad del COI, una impenetrable organización privada que cobra y decide pero nunca pasa cuentas. Y los gobiernos de todas partes miran hacia otro lado.

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La ceremonia inaugural era el momento para que Francia marcara perfil. Y lo ha hecho rompiendo la norma: trasladarla fuera del Estadio Olímpico. En el Sena, río conductor de París. Y el COI dijo que sí. A partir de ahí se desplegó un carrusel flotante, enmarcado por los edificios referenciales que acompañaban la ruta fluvial hasta Trocadéro y con la continua aparición de figuras estelares de la vida francesa. Probablemente nunca una ciudad se haya dado tanto protagonismo a sí misma en unos Juegos. Patrick Bucheron, el historiador que ha asesorado el proyecto, prometía que "esta vez no se dejarían llevar por los tópicos".

A medida que avanzaban los barcos por cualquier rendija aparecían actuaciones, personalidades, recuerdos, momentos: Francia. Me pareció especialmente ocurrente el misterioso personaje sin rostro que llevaba la llama por los tejados y terrazas de la capital, un contrapunto irónico, de agradecer entre tanta formalidad. Los iconos son para desmitificarlos. Y lo que no faltó es el singular punto de elegancia parisina que a menudo deja algún resquicio desmitificador. Al final aparecieron los deportistas –Zidane y Nadal abrían el camino– para culminar el viaje de la antorcha, es decir, el aterrizaje de la ceremonia. La voz del COI se escuchó en los discursos de protocolo pidiendo a Macron que diera los Juegos como inaugurados. París arrasó con todo. ¿Nuevo modelo o excepción?