La lucha de barro de la lucha de barro
Que el lodo del País Valenciano sea una lucha de lodo es la prueba de la inutilidad del sistema democrático tal y como lo conocemos. Qué desastre el sacudirse las culpas, el colgar la llufa a lo primero que pasa, el intentar, infantilmente, disimular. No comprendo a quienes no actúan enseguida, al instante, rectificando, pidiendo perdón, no estando quietos cuando hay una emergencia. El desastre que estamos viviendo es comparable, si excluimos sus motivaciones humanas, al de las Torres Gemelas. El del camping de Biescas, por su parte, y el del Prestige también podrían equipararse. En todos estos casos la solidaridad humana se va –y la metáfora, que utilizamos estos días, sabe muy mal– desbordar.
Organizar es tan difícil como administrar, cómo enseñar, cómo escribir. Decidir cuántas escobas deben comprarse para sacar lodos, decidir cómo se agradece públicamente el trabajo de los voluntarios, decidir dónde van a dormir todos los que se han quedado sin nada, decidir cómo será el funeral de todos los muertos. Tiene que haber una liturgia, sanadora, debe haber una respuesta urgente, extraordinaria, ahora mismo, de la intendencia. “Usted se acuesta aquí, le pagamos la caja de sus muertos y le regalamos un piso y un coche, de momento”. ¿Es esto populismo? Más populista es ir a pasear ya aguantar el chaparrón haciéndose el dialogante. Se habla a menudo de la "solidaridad" entre comunidades autónomas. La solidaridad se elige, si no, es un diezmo. Si somos tan solidarios, y Valencia es el país de mis queridos abuelos, ¿por qué no estamos curando la pena de todos con el único cuidado posible, que son los bienes materiales, el confort, el futuro?