Otras Navidades en guerra
Nunca como los dirigentes de la Unión Europea habían sido menospreciados, insultados y ridiculizados por los líderes de otras potencias mundiales. Al inicio del segundo mandato de Trump ya compareció su secretario de Defensa, el singular Pete Hegseth (el mismo que no soporta a los soldados grasos ni barbudos, porque los prefiere fibrados y depilados), que en una cumbre en la OTAN inauguró la nueva etapa de cowboy diplomacy afirmando ante la comunidad internacional que el mundo tenía un nuevo sheriff y que había que ponerse a sus órdenes. Recientemente, ha sido el propio Trump quien ha afirmado que los líderes europeos son "débiles" y que la culpa de esta debilidad la tiene "la corrección política", en cuyo saco el presidente estadounidense incluye también la mínima educación necesaria para ir por el mundo como una persona normal. Esta misma semana, Putin ha calificado a los líderes europeos de "cerditos", ha insistido en la idea de su debilidad y ha amenazado con avanzar en la guerra, esto es, con ocupar más territorio ucraniano. Como curiosidad, y en otro contexto, "porqueta" es el insulto que Trump espetó, no hace mucho tampoco, a una periodista que le hizo una pregunta que no le gustó.
Cierto, por otra parte, que los dirigentes europeos no hacen gran cosa para hacerse respetar. Más bien lo contrario. Su continuo repliegue ideológico frente a los avances de la extrema derecha y sus respuestas tímidas e insuficientes a las intimidaciones de los nuevos aspirantes a dueños del mundo se traducen en políticas que van contra los objetivos fundacionales y la misma razón de ser de la UE. La semana pasada hablábamos de la involución en la política migratoria de la UE, con el acuerdo para abrir campos de deportación para inmigrantes en países extracomunitarios, con todo lo que esto conlleva en lo que se refiere a violaciones de derechos humanos. Esta semana hemos recibido la noticia de la retroceso de la Unión en lo que se refiere al calendario de eliminación de los vehículos que consumen combustibles fósiles, que en la práctica equivale a una renuncia completa de la Agenda 2030 y de las políticas europeas en relación al cambio climático. En esta ocasión, la presión no venía de los gobiernos de potencias extranjeras, sino de las automovilísticas. Todo el mundo se atreve con una UE vacilante y desnortada, que ha olvidado o aparcado por completo su vocación de espacio de paz, progreso y libre circulación de bienes y personas. La creación de dichos campos de deportación a terceros países parece que debe entenderse como una absurda respuesta a la nueva estrategia de seguridad de EE.UU., con la que Trump y su gobierno se proponen acabar, precisamente, con la Unión Europea.
Ucrania pasará otra Navidad en guerra, viendo cómo Trump y Putin se reparten su territorio y sus recursos, desempeñando el papel de último bastión antes de una gran guerra entre Europa y una Rusia que no para de exhibir su poder nuclear. Mientras, Trump, a quien le gusta presentarse como pacificador, está a punto de empezar una guerra en el Caribe, con Venezuela como primer objetivo.