Una UE con un color verde que pierde intensidad
La transición ecológica adquiere en la Unión Europea (UE) un color verde cada vez menos intenso. El cambio radical en la hoja de ruta que el club comunitario había establecido de cara a la desaparición de los coches con motor de combustión es una prueba de ello. De prohibir su venta a partir de 2035 a dejar sin efecto esta limitación hay mucha diferencia. La presión de la industria automovilística, con gran peso en países como Alemania, ha acabado debilitando la regulación del ejecutivo comunitario.
Y éste no es el único retroceso –o, tal y como lo llaman desde la Comisión Europea, flexibilización– del plan climático de la UE sobre el sector del automóvil. No hace mucho tiempo también aplazó tres años la entrada en vigor de las sanciones a los grupos de automoción que no cumplan con los estándares de emisiones de CO₂. Y la anterior Comisión, también presidida por Ursula von der Leyen, que revalidó su mandato tras las elecciones europeas del pasado año, ya había relajado las exigencias medioambientales tras las protestas protagonizadas por el campo europeo.
El entorno político actual, además, con el auge de las opciones políticas de extrema derecha y los populismos de derechas, contrarios a las políticas para combatir una crisis climática que niegan, y con una Comisión Europea de mayoría conservadora, facilita que las regulaciones ecologistas se aguan en favor de los intereses de las industrias dominantes. Como ocurre con muchas actividades económicas, aquellos que tienen un gran dominio del mercado suelen dedicarse a retener lo que tienen o hacer esfuerzos para frenar la llegada de nuevos competidores. Pero al final se impone siempre la elección de los consumidores. Los cambios de hábitos y preferencias son los que hacen que unas opciones ganen y otras pierdan. Y los vehículos eléctricos no ganan más fuerza porque los productores europeos arrastran los pies para transformarse y también porque no se hace un verdadero esfuerzo por que haya infraestructuras de recarga de forma generalizada.
Uno de los problemas de Alemania, el gran motor europeo, y que le supone un verdadero lastre, es que vive muy vinculada a industrias tradicionales como la del motor y ha quedado atrás respecto a China en el terreno de juego del vehículo eléctrico.
Pero lo cierto es que buena parte de los consumidores han hecho el cambio de chip y ven el vehículo híbrido o eléctrico no sólo como el del futuro sino como el del presente. Existe mucha más concienciación verde y disposición a comprarlos si la oferta es atractiva. Por eso Seat acaba de poner en marcha una planta de baterías para coches eléctricos en Martorell y prevé que la mitad de los 600.000 vehículos que saldrán al año de la fábrica sean eléctricos. Así dispone al menos de una herramienta para hacer frente a la amenaza china. Otros buscan asociarse con marcas chinas.
Si no lo hacen los productores europeos lo harán industrias como el gigante chino Chery, que participa en el proyecto de Ebro en la antigua fábrica de Nissan en la Zona Franca de Barcelona, y tiene perspectivas de ampliar su actividad. Y hay opciones de más desembarcos que pueden inundar a Europa de coches eléctricos asequibles para satisfacer una demanda creciente frente a las trabas impuestas en EEUU por una administración negacionista y muy poco ecologista.