En la Alemania nazi, se hablaba de los campos de concentración con eufemismos como centros de repatriación, campos de trabajo, colonias de trabajo o zonas de tráfico. También zona de interés, como se denominaba el área que incluía los campos de Auschwitz y Birkenau, también llamado Auschwitz II. Por su parte, en la Unión Soviética tampoco se referían a los gulags por su nombre. En lugar de campos de concentración, también acudían a atenuaciones como colonias de trabajo o campos de corrección. Y había incluso campos para niños, y para madres con niños.
Ahora, la Unión Europea ha dado luz verde a la creación de campos de deportación de inmigrantes fuera de las fronteras comunitarias, siguiendo el ejemplo de los que ha creado Giorgia Meloni en Albania. La experiencia italiana ha sido bastante fallida, pero, sin embargo, la propuesta ha tenido un éxito insólito en Bruselas, y de hecho España se quedó sola oponiéndose a ella (eso no quiere decir, entendámonos, que no la ponga después en práctica). No es que la expresión campo de deportación funcione demasiado bien como eufemismo, porque es de por sí bastante tenebrosa, pero igualmente no deja de ser una manera de evitar decir campo de concentración, que es lo que todo hace prever que serán verdaderamente este tipo de equipamientos. La iniciativa de su creación, así como los términos y condiciones —económicas— con los terceros países donde sean construidos se dejan al arbitrio de cada uno de los Estados miembros, con una serie de requisitos comunes que, al leerlos, casi parecen más amenazas que garantías. Que se especifique que en estos campos tendrán que respetarse los derechos humanos, que nadie debe correr ningún riesgo por motivos de raza, sexo o religión, o que las personas recluidas recibirán educación, sanidad y alojamiento digno, parecen casi sarcasmos para acabar de remachar esta involución hacia los peores momentos de la historia europea reciente. Más que más, con una Europa que ya tiene una política migratoria represiva y violenta, con matanzas como las de Tarajal o Melilla en su reciente historial, o acuerdos con países que ostensiblemente no respetan los derechos humanos, como Túnez, Libia o Marruecos.
Por decirlo de manera aún más clara, la UE creará —fuera de sus fronteras, donde nadie lo vea mucho— prisiones para los más pobres, los más desposeídos, los que difícilmente tendrán a nadie que los defienda. También podrán ser retenidos no de forma provisional, sino indefinida: es una forma de decir que la opacidad y el encubrimiento de los abusos que se cometan serán prácticamente totales. Al mismo tiempo hemos visto al canciller Friedrich Merz alinearse con Netanyahu con su visita a Israel. Esta deriva de la UE se suma a dicha Nueva Estrategia de Seguridad de EE.UU. diseñada por Trump, que básicamente consiste en aplicar el eslogan América primero en la geoestrategia mundial. Como ha tuitado el senador de Arizona y ex militar Mark Kelly, la visión del mundo de Trump es de ganadores y perdedores. Él, obviamente, es el principal ganador, y Europa una perdedora que, además, parece decidida a comportarse como tal.