Madre mía: ¡190.000 piscinas en Cataluña!
¡En Cataluña hay 192.909 piscinas! ¿Cuánta gente conoce que tenga, propia o comunitaria, en la primera o en la segunda residencia? ¿En cuántas se ha bañado? Y después están las públicas y las de los clubs privados, cubiertas o al aire libre. Y todavía las balnearias, calentitas y borbotantes. Qué país tan fabuloso y acuático. Pero sólo hay algo que chirría: la sequía. La maldita y pertinaz –este adjetivo franquista– sequía. Y otro pequeño detalle: somos un país de mar (y de unos pocos escuálidos arroyos). ¿Necesitamos tantas piscinas? ¿Ahora las volverán a dejar llenar todas o casi todas?
En casa teníamos una piscina. La hizo padre a pico y pala, en la casa de verano. El agua estaba fría, helada. Era un espacio de socialización, de amistades y tertulias. Aprendí de política. Quizás incluso había pasado Pujol, por aquella casita con jardín. Hablo de los lejanos años 60, cuando yo sólo medio existía y la política clandestina la hacían cuatro gatos. Remojados y escaldados. Pero, ¡ay!, teníamos piscina.
El dato lo daba el otro día Andrei Boar y me hizo pensar en la fabulosa exposición Suburbia, con el que el CCCB celebra sus 30 años. Es una exposición marca de la casa: urbanismo plasmado atractivamente a través del cine y la literatura, con mirada glocal. De EE.UU. a Cataluña. Del sueño americano de la casita con jardín –y con el tiempo con piscina– al sueño catalán de la casa y el huerto, proclamado por el abuelo Macià pronto cumplirá un siglo. Y todo hasta llegar a la pesadilla actual de las urbanizaciones aisladas, mal terminadas, de una arquitectura adocenada (por decirlo suave), devoradoras de agua y energía. Es el urbanismo del coche privado. Es un puro desastre. Qué exposición tan maravillosa y qué país tan lamentable.
¿Independencia? Quizás nos ocupemos de la dependencia del coche. Lo necesario son unas Cercanías que funcionen, unos ayuntamientos que recepcionen las urbanizaciones y pongan orden, una Generalitat que recaude los impuestos e invierta en servicios (educación, sanidad, investigación, cultura...) y en equilibrio territorial. Necesitamos más pueblos y menos urbanizaciones. Ciudades con barrios aseados. Mucho trabajo por hacer. La vitalidad de la lengua depende también del urbanismo, sí. Si no existe tejido urbano, que significa tejido social, mal. La segregación no ayuda al catalán. ¿Se hablará en la campaña de todo esto? ¿O sólo de restitución y referéndum? La soberanía, pese a Ayuso, jueces y cía, la doy por supuesto. Vamos. Pero... Un momento. Pensamos. ¿Pensamos?
Antes en las masías había balsas, que no eran para bañarse, sino para regar los huertos. La gente no sabía nadar. Los primeros que salieron al mar con fines lúdicos fueron los veraneantes culblancos acomodados y los pintores bohemios. Eran cuatro gatos. Las fotos de época, sepia descolorido, son evocadoras del mundo de ayer. Un espejismo que acabó mal. Sí, la efímera república con autogobierno, la Guerra Civil y la infecta dictadura. Una calamidad.
Las piscinas llegaron con eldesarrolismoy la segunda industrialización consumista. El 600 y el Dos Cavalls, las vacaciones pagadas, el camping y la casita en el campo. Teníamos que huir del urbanismo insalubre y hemos acabado estropeando el paisaje y el medio ambiente. Foix ya se exclamaba: «Todo está lleno / Cuántos pueblos ahogados por los arquitectos / Todo está lleno / Cuántas playas con ruido de garajes». Algunas chapuzas ya no hay quien las arregle. La mayoría simula que no lo ve, empezando por los alcaldes. Política de campanario. No tengo demasiadas esperanzas en los futuros inquilinos de la plaza de Sant Jaume. Queda muy lejos la benemérita ley de barrios de Oriol Nel·lo.
Nos rehogamos en un vaso de agua, en una piscina. En 192.909 piscinas. Ya seremos libres, un día. Quizás. Pero ahora tenemos problemas concretos, tangibles, inaplazables. No podemos ir procrastinando como siempre. Porque entonces ocurre lo que pasa. Y todo va por el pedregal. Los campesinos ya no pueden más, los obreros quieren ser funcionarios y los empresarios especulan.
Suerte tenemos del CCCB, que nos hace pensar un poco. Primero pensar y después actuar: esa es la receta. Más vieja que ir a pie. El trabajo lo hacen los cansados. Ánimos.