El triunfo abrumador de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid consagra la radicalización del PP y la polarización de la política española. Es la victoria de un populismo de inspiración trumpiana y es, a la vez, la normalización de la ultraderecha de Vox, cuyo discurso ha sido blanqueado por una Ayuso que necesitará su apoyo para ser investida presidenta. Ayuso aspira ahora a todo: a hacerse con el control de los populares y a preparar, desde la plataforma que le da su éxito rotundo en las urnas capitalinas, el asalto a la Moncloa. La desaparición de Ciudadanos también de la Asamblea de Madrid, clave en la victoria de Ayuso, deja libre el camino del PP hacia la hegemonía de la derecha con la vista puesta en el gobierno del Estado. De hecho, la victoria de la candidata popular no se ha producido en clave local, sino contra el primer gobierno de coalición de izquierdas de la democracia, un gobierno PSOE - Unidas Podemos que fue posible gracias a los votos del independentismo catalán y vasco, para los cuales el ascenso de la nueva lideresa in pectore de la extrema derecha española es una amenaza directa. Se ensancha la distancia mental entre las mayorías electorales de Catalunya y Madrid. En la Comunidad de Madrid ha ganado el discurso neoliberal desacomplejado y el discurso nacionalista español desatado: esto es lo que representa la suma de Ayuso y su apéndice Monasterio. Ni la gestión del coronavirus ni la corrupción que arrastra el PP le han pasado factura a esta derecha reinventada. Han contado más los bares abiertos y la promesa de la bajada de impuestos, metáforas de un precario y reduccionista ideal de libertad, una bandera blandida ante el esperpento de un supuesto comunismo encarnado por Iglesias.

Pero las elecciones del gran Madrid no solo han entronizado, con un amplio apoyo popular, a un PP que finalmente es el que Aznar quería, sino que también han mostrado la impotencia de unas izquierdas que, fragmentadas y compitiendo entre ellas, han sido incapaces de contrarrestar la apisonadora ideológica y demagógica de Ayuso, bien apoyada por un incondicional corazón mediático. Ni desde el poder que supone el gobierno de España han podido frenar esta oleada populista derechista. El PSOE, con un candidato que ya de entrada era percibido como perdedor, ha sufrido un descalabro histórico: había ganado las elecciones del 2019. Iglesias, después de abandonar la vicepresidencia del gobierno español, apenas ha conseguido salvar los muebles para su formación. Y Más Madrid, con Mónica García de candidata, ha hecho un salto adelante meritorio pero insuficiente para frenar el alud ayusista. Las tres izquierdas suman menos que Ayuso sola. Sánchez ahora tendrá que decidir cómo hace frente a su probable futura rival en las urnas: si se atreve de verdad a hacer suya la idea de una España plural y progresista, o si se parapeta en su habitual tacticismo.

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La otra duda consiste en saber si el fenómeno electoral de Madrid representa España o, al contrario, si es una fabulosa y poderosa excepción. ¿Conseguirá Ayuso que la siga el conjunto del cuerpo electoral del Estado? En todo caso, al contrario que la mayoría de grandes ciudades occidentales, el Madrid metropolitano, por si había ninguna duda, en este 4-M ha reforzado su acusado inclinación hacia la derecha.